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Por Luciana González de León

Me llamo Luciana González de León. Cuando decidí ser actriz, el mundo a mi alrededor me lo dijo.

Me lo dijeron muchas veces: Está difícil. Estudia otra cosa. Ahí hay que dar las nalgas. Está lleno de tiburones y una larga lista de etcéteras. Era de por sí difícil confiar en mí, lo suficiente para entrar a la escuela, así que todo lo demás se lo dejé a “Luciana del futuro”…

Más pronto que tarde, al salir de la carrera, pude ser testigo en carne propia de a qué se referían.

Entre las citas que pude concretar, la de Coco Levy, en las instalaciones de VIDEOCINE, fue una de las que más emoción me causó. Era “COCO LEVY”…

Al entrar, a esta casa palaciega en el centro de Coyoacán, sentí aún más emoción. Era como si en ese preciso momento estuvieran apunto de arrancar mis sueños.

Yo quería ser Julieta, quería actuar, quería teatro, quería cine y pensaba que estaba dispuesta a lo que fuera por conseguirlo.

En el primer piso de uno de los edificios de Videocine estaba la oficina del hombre que se nombra a sí mismo como “uno de los scriptdoctors más reconocidos de la industria cinematográfica”.

En su oficina de todos los retratos, pósters y objetos, me llamaba la atención la imagen de una enorme montaña que había a espaldas suyas. De ella, me contó cómo es que tenía que aprender a subirla, pues en la cima estaban todos mis sueños.

Me dijo que grandes papeles estaban esperándome, siempre y cuando estuviera dispuesta a hacer LO QUE FUERA por ellos. Me hablaba de mi belleza, de mi cuerpo, de mi futuro.

Me decía que debía por mí y por mi carrera, darlo todo. Sin dudar, sin pensar.

En ese momento sonaba a algo que si bien no sabía cómo hacer, podría. Yo sí podía poner todo mi esfuerzo, sí quería. Poner mi fuerza en ello. Mi empeño; la disciplina, el rigor y la constancia que había aprendido en Casazul, la escuela de la que egresé como actriz.

La última vez que fui, se levantó de su silla y estando yo tan hipnotizada por lo que decía, me sorprendió y sin quererlo, brinque. Me dijo que tranquila, que no me iba a hacer nada y soltó una carcajada. Me sentí muy humillada, muy estúpida, me dio mucha vergüenza mi reacción. Hoy entiendo que mi cuerpo sabía más que yo en ese momento. Tomó algo de un cajón del mueble que estaba detrás de él y volvió a sentarse. No volví a verlo nunca. Alguna vez le escribí nuevamente para concretar una cita que siempre terminaba “olvidándoseme”.

Con el tiempo, olvidé a Coco Levy, aunque nunca dejé de recordar sus promesas con rabia. Rabia a él y rabia a mí. Me hizo sentir muy pendeja haber estado sentada ahí oyéndolo durante horas con mis tacones y mi maquillaje de debutante.

Más adelante, hablando con mis compañeras actrices, amigas o simplemente conocidas del medio, me sorprendió –asunto que también me hizo sentir bastante tonta– que con todas era lo mismo.

Que este episodio de ser la caperucita en la oficina del lobo feroz era un asunto cotidiano. Así eran las cosas ahí y no había nada que una actriz, una mujer como yo, pudiera hacer.

Hace unos días vi con mucha rabia el video de Danna. Vi con más rabia cómo se defendía el “scriptdoctor”. Pero en verdad, exploté después de ver a los conductores de televisión de nuestro país, en canales que tienen concesión gubernamental, decir: YO NO LO CREO.

Tomé mi teléfono y grabé. Piqué un botón y lo subí…

Jamás habría podido calcular la cantidad de miedo que sentí inmediatamente después de subirlo. Mi carrera, mis sueños, mi Julieta…

Por suerte para mí, para todas, el mundo es distinto. Danna, Romina y otras valientes mujeres, gente que no conozco en internet con la que estoy profundamente agradecida, mi pareja y mis amig@s, me ayudaron a ver que NO ESTOY SOLA. Que hice lo correcto y que no tengo nada de qué sentirme tonta.

Porque estamos juntas, porque vamos empezando y porque de una manera u otra se hará justicia, hoy, mañana o después, se va a caer.


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