Por Luisa Cantú Ríos
La Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados aprobó una reforma que reduce la edad para ocupar algunos puestos: De 21 a 18 una curul en San Lázaro y de 30 a 25 para una secretaría de Estado. ¿Es esto una buena o mala idea? Las cifras documentadas por el Pew Research Center (PRC) indicarían que es buena.
De acuerdo con un análisis sobre las y los líderes mundiales, las personas que gobiernan -al menos en presidencias o equivalentes- tienen entre 30 y 90 años: el más jóven es el chileno Gabriel Bóric, de 37, y el más longevo Paul Biya de Camerún, que tiene justo nueve décadas. La media considerando a todos los países es 62.
Esto significa que en la mayoría de las naciones la persona que gobierna es mayor al promedio de edad de la población: 3 de cada 10 gobernantes están en los sesentas y otros 2 de cada 10 en los cincuenta. Por ejemplo, en Estados Unidos la mediana de edad es de 38 y el presidente Biden tiene 80, en México la mediana de edad es 29 y Andrés Manuel López Obrador tiene 69 años.
En el imaginario colectivo la política y la función pública son un asunto de mayores puesto que “tienen experiencia” pero aunque eso es irrefutable, lo encontrado por el PRC indica que los países con dirigentes de más edad tienen menos libertades. En los estados considerados por Freedom House como “menos libres” quienes gobiernan tienen en promedio 69 años, en cambio si se promedia la edad de los lugares donde se considera que hay más libertad el dato baja a 58.
También hay un factor de género: si promediamos la edad de todos los primeros ministros y presidentes mundiales nos daría 62, el promedio de mujeres da 57. Dicho de otra forma: son mujeres quienes están ocupando puestos de liderazgo en los lugares donde hay gobiernos más jóvenes. La iniciativa aquí en México es impulsada por tres jóvenes legisladoras de diferentes partidos políticos: la morenista Andrea Chávez y las priistas Karla Ayala y Cynthia López Castro.
La propuesta aprobada en Comisiones todavía debe discutirse en el pleno pero abona a una cultura anti adulto-centrista. Esto último se define como “la corriente hegemónica en la que se mueve una sociedad centrada en las necesidades e intereses de las personas adultas; de esta manera, se subordina a las personas que no encajan en el modelo”, como por ejemplo las juventudes, adolescencias e infancias.
Escuchar a las personas más jóvenes de nuestra sociedad ya se busca en otros aspectos de la vida pública como la educación, un artículo de Sofía García para el Tecnológico de Monterrey cita lo siguiente “sería valioso considerar que aún si el rol principal del adulto sería enseñar, esto no quiere decir que las infancias sean totalmente incapaces de hacerlo a su vez”.
Reconocer que los derechos, en este caso políticos, no empiezan con la mayoría de edad es una forma de empoderar a las infancias y adolescencias: una medida que nos obligaría a verles y tratarles como iguales. En un país donde este sector está altamente golpeado por la pobreza y la violencia, vale la pena intentarlo.
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