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Por Anónimo.
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La incertidumbre tiene muchas caras. A veces se presenta como silencio espectador, a veces como una serie de preguntas aceleradas, y entre otras, también puede llegar como una disociación eufórica. Esos son los niños. Los adultos, sin embargo, tenemos otros estilos.

Dirigir una escuela en tiempos de incertidumbre y mayor inseguridad ha sido una experiencia difícil de describir para mí misma, sobre todo porque no ha terminado. Mientras todo en la vida es estrategia, las variables de estos tiempos han sido relativamente nuevas. El protocolo en caso de balacera es una composición surrealista que habla de preservar la vida, creando la idea de un control que realmente no tenemos. 

Por otro lado, existe un consenso silencioso donde se espera que el aprendizaje comparta la misma relevancia que la sobrevivencia. Las escuelas “no podemos parar de enseñar”, aun y cuando no tengamos claridad sobre las condiciones para hacerlo. 

No existen teorías educativas que hablen del desarrollo cognitivo que parte de un sistema nervioso comprometido. Siempre ha sido mi percepción, o más bien la escuela de mi familia, que Latinoamérica es una tierra rica, pero peculiar. Llevamos décadas de invasiones silenciosas, sin proyectos de nación, y sumergidos es un panorama cuya narrativa siempre parece desmembrada, fuera de nosotros. Como si la introspección demandara todo de nosotros mismos, o incluso como si supiéramos la respuesta de antemano, que nada de ésto nos pertenece, ni siquiera la vida misma.

Estamos de alguna manera acostumbrados a vivir en un estado de alerta, donde somos tan conscientes de la muerte que celebramos tanto la vida. No somos gente serena. Nuestra sabiduría ancestral se ha vuelto un viaje de exploración cultural más que la doctrina con la que guiamos nuestras vidas y a la comunidad que compartimos. Y esa es nuestra herencia. Niños en estado de alerta, niños listos para normalizar una posición de defensa, niños preparados para procesar la tristeza, la frustración, el miedo y la incertidumbre de una forma práctica y eficaz. Es así como acomodamos las cosas y seguimos. Ese ha sido el nombre del juego, y es algo que en lo personal me parece imposible de juzgar. 

El balance de una comunidad educativa depende de la sinergía de todos los que la conformamos. Administrativos, padres de familia, alumnos, docentes y colaboradores, todos luchamos a diario contra la sobresaturación de un sistema ajeno a la experiencia humana, con los lentes con los que percibimos y hacemos sentido del mundo, y nos presentamos para conformar esta comunidad, intentando sumar para una meta en común, contener y guiar niños que invariablemente se enfrentarán al mismo sistema.

Esta situación, muy ajena a las necesidades de una comunidad educativa, ha agregado un elemento que parece jalar a cada miembro en direcciones imprevistas. La economía del estado se vuelve una base inestable para administrar la empresa, los padres se ven forzados a replantear el precio a pagar para asegurar el bienestar de sus familias, los alumnos navegan el contexto lo mejor que les es posible, sin sortear si el material que los adultos les hemos dado es suficiente, y los maestros y colaboradores parten su vida entre la responsabilidad y su propio bienestar. 

Durante la pandemia de Covid surgió un concepto interesante: personal esencial. ¿Qué es un empleado esencial? ¿Cuáles son realmente aquellas actividades y labores esenciales para la preservación de la vida del ser humano? Mi papá siempre me ha dicho, todos tenemos la capacidad de normalizar todo, siempre y cuando tengas la habilidad de acomodarlo en tu cabeza de forma que no te perturbe. Y así pienso que sucede con estas preguntas de suma subjetividad, las formas son infinitas. 

Más allá de un listado puntual de estrategias administrativas o pedagógicas en tiempos comprometedores, la aportación más significativa que pudiese haber compartido en este texto es mi honestidad. Comparto estas palabras desde la seguridad de mi liderazgo y en completa responsabilidad de la labor que mis empleados y yo realizamos con vocación todos los días. No sabemos nada. Solo tenemos el poder de seguir fortaleciendo las herramientas que nos permiten pausar, observar lo que hay, percibirnos mutuamente en nuestras realidades, tener compasión por nosotros mismos, tener sabiduría para entender nuestra historia, y la templanza para permanecer en conección de lo único que nos sostiene, lo natural, lo divino, lo que todos buscamos de una forma u otra, estar bien.

Anónimo.

Directora General de Escuela Privada.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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