Por María Alatriste
Recientemente, me ha llamado mucho la atención el tema de la sobreexposición en redes sociales, especialmente cuando involucra a menores de edad. He visto cómo algunas personas comparten información sumamente sensible sobre sus hijos: desde el colegio al que asisten hasta los lugares donde se encuentran en un momento determinado, visibilizando su ubicación en tiempo real. A menudo, estos contenidos se presentan como “inofensivos”, pero lo que empieza como un momento inocente puede terminar en una mofa sobre las costumbres y comportamientos cotidianos de los niños. Hay quienes publican fotos de ellos en la bañera, capturan momentos íntimos o simplemente los convierten en objetos de risa y entretenimiento.
Es cierto que compartir fotos de nuestros hijos en redes sociales puede ser una experiencia hermosa. Pero muchas veces las personas se exceden publicando detalles innecesarios, videos y momentos que en el futuro podrían descontextualizarse. Estas huellas digitales, que parecen inocentes en el presente, pueden ser un peso para ellos cuando sean mayores. Los peligros de compartir en redes sociales los detalles más íntimos de nuestra vida son numerosos. Aunque vivimos en un mundo donde la presencia digital se vuelve cada vez más importante, es crucial saber dónde está el límite. Debemos entender qué estamos compartiendo y preguntarnos si eso podría poner en riesgo la salud mental de nuestros hijos en su porvenir. Al compartir su vida tan públicamente, los estamos exponiendo a una edad temprana a posibles peligros como el ciberacoso o el bullying en su entorno más cercano.
A medida que nuestros hijos crecen, también podrían enfrentar la ansiedad asociada a la búsqueda de "likes" o a la necesidad de aprobación en línea, algo que, tristemente, también vivimos los adultos. La violencia en redes sociales ha alcanzado niveles alarmantes, sin embargo; existe una resistencia al monitoreo de esta violencia, que muchos confunden con la defensa de la libertad de expresión.
Antiguamente, el acoso social solía limitarse a la familia mostrando el álbum de fotos de nuestra infancia, sacando a la luz momentos vergonzosos que, al menos, podíamos borrar con el tiempo o cuando el álbum no aparecía estratégicamente. Hoy, lo que subimos a las redes sociales tiene una permanencia perpetua y esa huella digital puede seguirnos toda la vida. No sabemos qué hará alguien con esa información ni dónde llegará.
Además, no podemos ignorar que existen comercios sin escrúpulos que se benefician de estos contenidos de maneras que preferiríamos no imaginar. Aunque nos cueste enfrentarlo, debemos reconocer que existen negocios sin escrúpulos, de los más lucrativos están relacionados con la explotación infantil y el abuso en sus formas más atroces. Esta es una realidad dura y perturbadora que no podemos pasar por alto.
Apenas me acaba de pasar una experiencia personal desconcertante. Hace un par de meses vi a una mujer cuando iba caminando con dos niños pequeños pidiéndome dinero, me comentó que eran sus hijos. En lugar de darle dinero, le ofrecí ropa que mi hijo ya no usaba porque me parecía una forma más útil de ayudar. Me puse de acuerdo para verla al día siguiente, se la entregué, pero noté que la mujer no parecía tan satisfecha. Tal vez esperaba algo nuevo, algo más, pero entendí que sus circunstancias eran complicadas y traté de ser empática.
Sin embargo, unas dos semanas después, encontré a otra mujer con los mismos niños, y cuando le pregunté si era su madre, me respondió que sí. Todo en su historia coincidía: el rebozo, los niños y las mismas circunstancias. No pude evitar sospechar y pensar en los peores escenarios. Hay tantas cosas que no queremos ver porque no hay forma de entenderlo, duele. Pero eso no quiere decir que no exista.
Este episodio me enseñó una valiosa lección: debemos mirar el mundo con más detenimiento y ser conscientes de que no todos actúan con buenas intenciones. No todas las personas tienen un propósito genuino y algunas pueden estar buscando aprovecharse de las circunstancias de nuestra indiscreción.
Por eso, mi invitación en esta columna de opinión es que aprendamos a proteger más a nuestros hijos, no solo en la vida real, sino también en el mundo digital. Que compartamos contenido de manera consciente, pensando siempre en el bienestar de ellos y en las huellas que dejamos en su camino, para que no terminen siendo víctimas de algo que nunca quisieron ser.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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