Por María Alatriste
Isabel acababa de ser mamá, se sentía abrumada. Mucha información para los primeros días. Creía que sus jaquecas eran normales, también sus pensamientos que a menudo la desconcertaban. Su bebé le alegraba los días pero había una nube mental que podía llegar a atormentarla.
Con el tiempo quería regresar a algunas de sus actividades pero era impensable que personas extrañas se quedaran con su bebé sin su supervisión. Estaba vigilante, no podía descansar aunque su bebé descansara. Leía muchas autoras especializadas para tratar de entenderse. Identificaba algunas cosas, se reconfortaba, pero se hacía una pregunta muy desconcertada: ¿Qué está pasando conmigo?
Un día llegó un buen amigo, le recomendó un libro llamado el cuerpo lleva la cuenta del Dr. Bessel Van der Kolk. El libro destapó en ella posibles causalidades del porqué se encontraba así. Entre ellas el abuso. También, la metodología del libro le hizo comprender porque al pasar algo así en su niñez, el radar para identificar posibles peligros en su adultez fue dañado y se repitieran algunas situaciones.
Isabel decidió buscar todo tipo de ayuda. Pasó el tiempo y en una sesión de hipnosis, la terapeuta le dijo que hablara con la luz púrpura que decía ver, identificándola como su subconsciente. Además, se observaba a sí misma, sobre todo a su niña interior. Se dejó llevar y habló con la luz.
—¿Qué me está pasando? —preguntó Isabel, con voz dubitativa.
—Estás recuperando tu poder después del abuso —respondió la luz púrpura, iluminando el espacio con su presencia.
—Pero ha pasado hace tanto tiempo. ¿No puede ser que esto signifique tanto? —dijo Isabel, sintiendo la frustración aflorar.
— Es precisamente ahora donde todo esto significa más —replicó la luz púrpura con calma—. Lo que más quieres está en este mundo, cómo confiar de nuevo cuando personas en quién confiabas te hicieron daño sin razón.
—Es verdad. Qué locura haber traído un hijo a este mundo tan enfermo —admitió Isabel, con angustia.
—Depende de cómo lo veas —dijo la luz púrpura, suavizando su tono—. Porque este mundo también puede ser hermoso. Quizá esto también es un acto de valentía, un acto épico ser mamá. Debes liberarte de toda carga, a su tiempo.
Isabel, visiblemente afectada, preguntó:
—Pero ¿por qué me pasó a mí?
—No hay razón para buscar esa respuesta —respondió la luz púrpura, con una serenidad profunda—. Simplemente, no debió pasar. Pero ya no puedes dejar que eso te consuma. Hay personas vacías, pero también muchos seres mágicos llenos de virtudes. No dejes que algo malo robe tu luz y la de quienes quieres. Deja tus miedos en manos de algo más grande que tú: lo que algunos llaman Dios, lo que otros llaman universo.
—¿Y qué debo hacer? —interrumpió Isabel, con un rayo de esperanza.
—Llénate de fe, vive en el presente, libera el pasado. Construye nuevas realidades a partir de tu resiliencia. Cada vez que duela, abraza a esa niña interior y a esa mujer que eres —concluyó la luz púrpura, llenando la sala con una energía llena de amor.
Isabel regresó de ese viaje a su subconsciente, dispuesta a trabajar en sí misma para seguir recuperando su poder tras el abuso, ser una mamá presente dejando el pasado atrás.
Fin.
El abuso tiene matices de resiliencia. Sin embargo, es una herida perpetua que no debería pasar, en ninguna circunstancia. Hoy en día, el abuso sexual infantil es una de las atrocidades más comunes, que además pasa en los lugares más seguros. Lamentablemente, cuando estas situaciones pasan la posibilidad de revictimización hace que el entorno se silencie y decida no hacer nada por miedo al estigma. Porque en esta sociedad injusta podrían ser peores las consecuencias de señalar la injusticia.
Protejamos a la niñez de nuestro alrededor, levantemos la voz cuando veamos algo que no haga sentido. Cada infancia es responsabilidad de nosotros los adultos. Debemos seguir viendo la hermosura que hay en el mundo, la generosidad de las personas buenas. Sin embargo, enfoquemos nuestra perspectiva para alejar a nuestras infancias de entornos inapropiados.
Seamos la voz de nuestra niñez. Seamos protectores de su bienestar. Que su infancia sea un lugar a donde puedan regresar cuantas veces quieran porque es un lugar de seguridad, confianza y amor. A veces no sólo necesitamos ser amorosos, tenemos que ser mamás y papás funcionales. Generar rutinas que los mantengan a salvo, rodearlos de personas que los hagan sentir así y tener protocolos rigurosos.
Es imposible protegerles de todo. No obstante, debemos ser los mejores guardianes de sus sonrisas. Con esto, además de salvaguardarles estamos haciendo un mundo donde valga la pena coexistir.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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