Por María Alatriste

Si le hubiera contado a mi niña interior todo lo que he pasado, no me lo habría creído.Se habría mostrado incrédula.Me habría dicho: “Nahhh, tú no vas a ser capaz de hacer eso.”
A veces se habría sentido decepcionada. Otras, triste. Y en otras, eufórica.Pero esa niña no dejaría de admirar lo que ahora soy.
Y es que no hay mucha ciencia en lo que ahora soy, pero si lo miro en retrospectiva, lo que hoy soy habría sido muy lejano para esa pequeña.Y si pudiera mirarla a los ojos hoy, le diría:“Gracias por no rendirte. Estoy aquí, creciendo contigo.”
Esa niña tenía grandes sueños… pero también muchas inseguridades.Muchas de las cosas que hoy vivo, en aquel entonces no parecían posibles.Muchas de las cosas que tengo, quizá no habría sentido merecerlas.
Lo curioso es que esa niña sigue aquí.Y me recuerda que sigo lidiando con lo mismo: inseguridades, presiones, expectativas.En mi vida. En mi entorno. En mi maternidad.
A veces trato de hablar con la mujer que seré en el futuro.Quizá ella también me diga algo parecido.
Hoy, incluso con todo lo vivido, sigo sintiendo incredulidad ante mis sueños.A veces me cuesta creer que pueda llegar a esos lugares que imagino.Que merezco lo que deseo.
Pero cuando recuerdo cómo se sentía esa niña, pienso en cuánto me admiraría.En cómo me vería haciendo todo lo que hago hoy.Y trato de verme con sus ojos.
Reconozco que muchas de las inseguridades, ese estrés y esa ansiedad, no vienen realmente de mí. Son proyecciones sociales.
Veo lo que hay en redes sociales, en los programas que consumimos sin filtrar el contenido, en todos los estándares que se nos imponen. Y me alegra no haber vivido mi adolescencia en este mundo lleno de tendencias digitales y validaciones fugaces.
A la vez, me da curiosidad —y un poco de temor— por los contenidos sin escrúpulos que estarán algún día al alcance de mi hijo.
Desde casa, queremos dejarle muy claro lo valioso que es.Que lo sepa, sin importar las pruebas que la sociedad le imponga.Que no se compare, que no se sienta juzgado, que no crea que debe perseguir algo para merecer amor.
Algún día, mi hijo dejará atrás al niño físico.Pero espero que nunca lo deje en su esencia, en su corazón.
En estos días, cuando se celebra a la niñez y se acerca el Día de la Madre, pienso que más que festejar desde los roles…deberíamos celebrarnos desde esa pureza que nos da la perspectiva infantil.Soltar las cargas que no nos corresponden.
Recuerdo que, cuando pensaba en ser madre, creía que esa experiencia me daría un sentido más profundo a mi vida.Ahora que lo soy —y que he despertado— me doy cuenta de que nunca debí ponerle a un ser tan pequeño esa carga. Esa expectativa.
Mi hijo vino a vivir su propio destino.Puedo acompañarlo, sí. Pero no vine a vivir a través de él.
Hoy sé que la única responsable de encontrarle sentido a mi vida, desde siempre… he sido yo.Debo regresar a esa niña que sigue viviendo dentro de mí y recordárselo.
La maternidad que alguna vez imaginé estaba hecha de creencias que ni siquiera eran mías.Hoy, después de transitar por ese abismo solitario creado por expectativas y roles heredados desde la infancia, estoy descubriendo algo más profundo.
Mi verdadero sentido.Mis propias reglas.
Estoy sanando.Física y emocionalmente —aunque aún falte mucho.Estoy descubriendo a una nueva persona en mí.Y estoy decidiendo, al fin, ser dueña de mi destino.Sin volver a pensar en lo que los demás quieren o esperan de mí.
Solo importa lo que yo espero de mí.Para mí.
Ese último argumento… es lo que me hubiera gustado aprender desde niña.
Y creo que a esa niña interior, que en el fondo me admira y se alegra de todo lo que he logrado, le diría:
“No vienes a este mundo a complacer a nadie. Vienes a vivir tu vida. A tu manera.”
Y eso es lo que más deseo enseñarle a mi hijo. Porque las infancias no aprenden con palabras.Aprenden con lo que respiramos.Con lo que hacemos.Con la verdad con la que vivimos.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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