Por María Fernanda Cobo M.
El liderazgo se ejerce, desde el Estado, desde los gobiernos nacionales, estatales y municipales, desde las empresas, desde las asociaciones gremiales, desde las instituciones académicas, desde las organizaciones de la sociedad civil; en cada comunidad e incluso en cada hogar. La escasez de líderes en nuestra realidad política es una clara muestra de la crisis de liderazgo que vivimos en cada dimensión de nuestra vida ciudadana. Aspirar a un liderazgo eficaz y transformador representa una ambición social que no puede rendirse ante la resignación o la indiferencia.
Henry Kissinger, en su libro Liderazgo, nos ayuda a comprender los ejes de este poder transformador, que es independiente al sistema político en el que se ejerce. Nos explica que los atributos vitales que necesita un líder son la valentía y el carácter para establecer una estrategia y tomar decisiones; la habilidad didáctica para comunicar objetivos, mitigar dudas y movilizar apoyos; el rodearse de un equipo dinámico que sea el complemento visible de su vitalidad interior, porque su liderazgo puede magnificarse o debilitarse por las cualidades de quienes le rodean. Los buenos líderes despiertan en la ciudadanía el deseo de caminar juntos.
A través de una cuidadosa selección, Kissinger identifica seis líderes que se diferencian en la historia por convertir su liderazgo estratégico en una ambición de Estado. De Konrad Adenauer, canciller de la República Federal de Alemania de 1949 a 1963, destaca su estrategia de la humildad, en la que acepta las limitaciones a la soberanía como única garantía efectiva para mantener la paz e impulsar la reintegración de Alemania en la comunidad internacional. De Charles de Gaulle, presidente de Francia de 1959 a 1969, destaca su estrategia de la voluntad, que apela a la unidad nacional para legitimar la renovación e independencia de una República; de Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos de 1969 a 1974, destaca su estrategia del equilibrio, que promueve, a partir del interés nacional, la coexistencia pacífica de las naciones a través de una política de distensión focalizada en reducir los riesgos de confrontación. De Anwar Sadat, presidente de Egipto de 1970 a 1981, destaca la estrategia de la trascendencia, al convertir la paz en una audaz aspiración práctica para alcanzar la unidad regional. De Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur de 1959 a 1990, destaca la estrategia de la excelencia, que convirtió el interés nacional de alcanzar viabilidad económica y seguridad en el origen de un Estado moderno basado en la excelencia pragmática, que evoluciona del progreso económico y tecnológico hacia el fortalecimiento democrático y humanista. De Margaret Thatcher, primera ministra de Reino Unido de 1979 a 1990, destaca su estrategia de la convicción, en la que su determinación ideológica convirtió a la inflación en una amenaza para el interés nacional y sobre la que fundamentó su impulso reformista.
Humildad, voluntad, equilibrio, trascendencia, excelencia y convicción son destrezas que nos inspiran como ciudadanos a ejercer un liderazgo cívico capaz de exigir el engrandecimiento de un liderazgo auténtico que hoy está empequeñecido
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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