Por Mariana Conde
Unos días antes de comenzar las vacaciones escolares de Pascua, los planes no me cabían en el calendario. Ahora sí, una escapada a un lugar boscoso donde íbamos a cumplir con una lista llena de actividades, ejercicio, aprendizaje. Pensé que estaba muy bien incluir ratos de ocio, pero que íbamos a aprovechar el tiempo. Nada de tele, iPads y flojera todo el día. ¿Cómo competir contra las pantallas? De la única forma que conozco: esconder el control de la TV, bloquear el tiempo en pantalla del iPad de mi prepúber y guardar mi computadora donde no puedan encontrarla.
Yo, además del ambicioso programa, avanzaría con mi novela, daría esa pulida final a mi libro de cuentos para mandarlo a concurso, escribiría esta columna sin prisa y mucho antes de mi fecha límite. Y así, comenzó la semana:
Lunes – Palomita, logramos obligar a los niños a irse a una rodada de bici por el monte con otros niños y un guía. El resultado fue positivo simplemente porque lo hicieron; regresaron cansados y contentos. Bueno, si se puede decir contentos a: OK, pero no queremos repetir. Mientras tanto, mi esposo y yo pudimos aprovechar una mañana de ejercicio y trabajo que, aunque ellos se fueron por cuatro horas, a nosotros nos supo a quince minutos.
Martes – Mi niño de seis años encontró el control de la tele a las 6:15 a.m. No fuera a ser un martes de escuela porque levantarlo a esa hora sería la misma batalla diaria de estoy cansado, me duele la cabeza, la panza, el dedo gordo del pie, cerrando de forma sumaria con su frase del momento: “es el peor día de mi vida”. Pero como son vacaciones, deambula como una pequeña alma socarrona buscando en qué ocuparse desde el amanecer. Para cuando volví de mi visita al gimnasio, las dos horas de tele que se desayunó ya habían surtido su efecto y, al apagarle el aparato, aventó cojines, pataleó en el suelo y todo acompañado por su segunda frase de moda: “eres la peor mamá”. Al más puro estilo de Paco de Miguel, yo rebatí con: ¿quieres que te muestre lo que es ser la peor mamá? ¿quieres? Lejos quedó la relajación post deporte y sauna…
Miércoles – Hoy sí, nadie encontró mi nuevo escondite para los dispositivos. Nos vamos a una caminata y después a nadar. Por una mañana siento que aún hay chance de recuperar la semana, no está todo perdido. Los niños en la alberca con su papá, yo con mi libro en un camastro deseando que ese chapuzón fuera eterno. Pude perderme durante cinco minutos completos en La ciudad y sus muros inciertos de Murakami, antes de que mi trabajo de valet comenzara con mi niña mayor que quería ir al baño, seguida por el de seis que necesitaba los goggles y acabando con mi esposo que tenía frío –ternurita– y quería que lo arropara. Deseé estar dentro de esa ciudad amurallada del libro y que nadie pudiera encontrarme para pedirme una toalla.
Jueves – Este era el día en el que aprenderíamos a jugar pádel. Después de negociar como si se tratara del T-MEC, pudimos encaminarnos a la cancha. No deja de sorprenderme que a los niños de hoy tengamos que sobornarlos para irse a divertir y aprender un deporte padre:
— Yo: Ya vámonos al pádel
— Cualquiera de mis hijos: ¿Qué me das si lo hago bien?
— Yo: ¡El premio es el juego!
Ellos me miran perplejos con caras de what.
Viernes – Algo muy parecido al martes.
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