Por Mariana Conde

Recuerdo siempre con nostalgia y un profundo cariño mi escuela. 

En mi Mérida de los ochentas, que no alcanzaba aún los 500 mil habitantes (contra los casi 1.5 millones estimados hoy), la mía era una escuela vanguardista, mixta, laica, con un departamento de inglés y otro de psicología y la amábamos profundamente. 

A riesgo de sonar como aquello que siempre burlé de mi papá, “en mis tiempos”, en aquella escuela, los maestros eran unos titanes. Una figura de autoridad, pero también de admiración, de respeto y a la vez de refugio, consuelo, ayuda. Me vienen a la mente incontables y ejemplares:

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.