Por Marilú Acosta
Ayer comentaba con ustedes en este espacio, sobre la investigación periodística que influyó para romper el silencio de mujeres que fueron pacientes del Dr. Luján.
Comparto ahora mi segunda entrega en seguimiento al tema.
Comparto ahora mi segunda entrega en seguimiento al tema.
Para entender la complejidad y profundidad del Caso Luján, lo abordaré desde distintas perspectivas. He de advertirles que hay dos caminos por los cuales no transitaré. El primero, discutir los incidentes desde la medicina. Ni he tenido acceso a los expedientes clínicos, ni se debe divulgar información cuando existen procesos legales abiertos, además de que es necesario respetar la privacidad de los pacientes. El segundo, no voy a cuestionar si existe o no la violencia sanitaria. Existe. Lo aseguro con absoluta certeza: existe violencia sanitaria en todas las ramas de la medicina, tanto en el sistema de salud público, como privado, en México y en todo el mundo.
El camino principal por el que discurre este texto es el de la violencia. La violencia es un problema mundial de salud pública que ha sido poco explorado, que tiene consecuencias devastadoras en lo individual y en lo colectivo. Es un problema amorfo porque la violencia se esconde detrás de lo que socialmente es aceptable. La violencia lastima bajo el disfraz de usos y costumbres, de las tradiciones, de la cultura y la moral. La violencia se arropa, inclusive, con el éxito y la gratitud. Identificar, aceptar y compartir el daño que provoca la violencia, implica ir en contra de la sociedad, aun cuando a toda la sociedad hiere por igual. Las normas sociales evolucionan con el paso del tiempo y constantemente se redefine lo que es socialmente aceptable e inaceptable; es por esto que cada vez se desenmascara más violencia. No es que haya más violencia, es que se identifica más, se rechaza más o se acepta menos. La violencia sí ha aumentado, en tanto somos más personas en el planeta.