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Por  Marilú Acosta

La OMS declara el 11 de marzo de 2020 el inicio de la pandemia por el virus SARS-CoV-2, pero la historia no comienza ahí. El 12 de diciembre de 2019, Wuhan (China) hizo público que tenía 27 hospitalizados por neumonía viral atípica. En febrero de 2021, la misión de la OMS para Wuhan reportó que, de acuerdo con sus análisis, debía haber más de mil contagiados con COVID-19 en Wuhan a inicios de diciembre de 2019, porque encontraron al menos 13 secuencias genéticas distintas del virus. Por eso construyeron en Wuhan dos hospitales de mil camas durante marzo de 2020. Y médicos chinos, a pesar de las restricciones del gobierno para compartir información, filtraron haber tenido un caso de COVID-19 en un hospital de Wuhan el 17 de noviembre de 2019.

Desde finales de septiembre y principios de octubre de 2019, Wuhan solicitó apoyo a la OMS para el análisis de los casos atípicos detectados en su sistema de salud. La OMS simplemente no les prestó atención. Por búsquedas de síntomas en internet y la ocupación de estacionamientos de los centros de salud en Wuhan, un estudio realizado por Harvard argumenta que, al menos en agosto de 2019, ya había casos no graves de COVID-19, por lo que el virus de SARS-CoV-2 viajó sin restricciones por el mundo. En noviembre de 2002, en Guangdong (China), surge un brote de una nueva enfermedad llamada SARS (severe acute respiratory syndrome, en inglés), causada por un nuevo integrante de la familia del coronavirus. Cuando surgió la COVID-19, al virus de 2002 se le renombró como SARS-CoV-1 para diferenciarlo del SARS-CoV-2.

Por lo menos desde 2002, el coronavirus mutaba para crear una nueva cepa que fuera eficiente para convertirse en pandemia. Durante la 58ª Asamblea Mundial de la Salud de la OMS (2005), se modifica el Reglamento Sanitario Internacional para preparar al mundo para la siguiente “gran pandemia”, tomando como ejemplo a la gripe española de 1918.

De 2006 a 2009, trabajé en la preparación, respuesta y recuperación ante una pandemia de influenza: en la Dirección General de Promoción de la Salud (2006-2007), en la Agencia de Salud Pública de Canadá (2008) y en la Presidencia de la República durante el brote de H1N1 (2009). Fui asesora externa en agencias de Naciones Unidas e instituciones internacionales y nacionales por casi 10 años. A lo mejor desde que nací, pero por lo menos, desde mis estudios en medicina, la vida me preparó y me dio las herramientas necesarias durante 22 años (1998-2020) para construir en 2020 el único hospital virtual en el mundo para pacientes COVID en casa.

El Centro Médico ABC me entregó en abril de 2020 un call center, al cual le puse esteroides y una gran transformación digital para convertirlo en la atención a distancia que cambió el rumbo de la pandemia en México (y quizá más allá de las fronteras). Si me lo hubieran pedido, los hubiera capacitado con gusto, pero prefirieron copiar a medias mi modelo que solicitar una capacitación. El gobierno de la Ciudad de México, el IMSS, el ISSSTE, gobiernos estatales, hospitales privados, empresas de salud, asociaciones tanto lucrativas como no lucrativas, empresas de software, médicos y ciudadanos que daban seguimiento a amigos y conocidos adoptaron, sin reconocerlo, el modelo que implementé.

¿Lo volvería a hacer? Mi cabeza dice que no. Crucé límites que pensé infranqueables. En mayo de 2020 la carga de trabajo era tal que pasé más de una semana sin comer, dormir ni bañarme. Cuando el mundo se despertaba con ansiedad en las madrugadas, fui testigo de cómo los ángeles de la muerte preguntaban si querían quedarse o irse. A quien se me acercaba, acompañé en el miedo, culpa, vergüenza, enojo, dolor y desesperación, mientras se sentían frágiles, indefensos y desorientados. Les ayudé a tomar decisiones determinantes para sus vidas y las de sus seres queridos. Vulneraron (y vulneran) mi seguridad (acceso no autorizado a datos, aplicaciones, redes o dispositivos informáticos). Trabajé casi dos años 24/7 y jamás reconocieron mi trabajo en el Centro Médico ABC, me despidieron porque “había puesto en peligro a la institución” y destruyeron el proyecto. Me quedé sin trabajo y constantemente malabareo los pesos para que coman mis seres queridos.

¿Lo volvería a hacer? Mi corazón dice sí. Crucé límites que pensé infranqueables. Acompañé de cerquita en el amor, dedicación, cariño y suavidad con el que se cuidaron las personas. Fui testigo del esfuerzo del personal de salud y la pasión con la que se dedicaban y aprendían para construir y atender en el hospital virtual. Vi cómo se tejía una red de luz y amor entre quienes estaban listos para hacerlo. Escolté a quienes decidían irse de este mundo. No existió ni la soledad ni el abandono, el corazón se nos expandió a los que nos tomamos de la mano para atravesar la pandemia. Creamos una nueva medicina (y educación médica) amorosa, respetuosa, ética, contenedora, inteligente, basada en evidencia, internacional y divertida.

Para agradecerle a todas las personas que me ayudaron, necesito escribir un libro. Me he dado cuenta de que amo profundamente la existencia, el universo, la tierra y a los seres humanos. Es este amor el que me hizo cuidarlos.

¿Cambiaría algo? Sí. Mi cabeza dice: no permitiría el abuso de nadie. Mi corazón dice: lloraría más.

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