Por Marilú Acosta
Ya se esperaba una pandemia desde principios del siglo. El año 2005 la Organización Mundial de la Salud puso en sobrevivo a sus estados miembros porque vendría una pandemia tipo 1918, por el virus de la influenza y más particularmente por la influenza aviar H5N1. Las bases científicas eran indudables. Sí llegó la pandemia, pero por coronavirus. Y en 2009, ese brote de influenza fue por el nuevo virus H1N1. La ciencia, atinada, atinada no fue. Acaba de morir una niña de 3 años en México por daño orgánico múltiple, por influenza aviar H5N1, lamentable como cualquier muerte, entendible que por un virus que su sistema inmunológico no conocía, sobre reaccionara y atacara a cada órgano y sistema. No es el primer caso en el mundo, sí el primero aceptado oficialmente en México. El primer caso conocido de infección humana por H5N1 fue en 2003, hasta la fecha han habido 955 casos reportados y 465 muertes. Mala, mala no ha sido la influenza aviar, sin embargo aseguraban que sería la causante de la próxima pandemia, al grado que la ciencia, queriendo evitar la pandemia dijo: acabemos con las aves, porque muerto el perro se acabó la rabia, pero esas matanzas masivas de aves modificaron los ecosistemas del mundo. Dejaron de hacerlo.
La pandemia si llegó pero fue por coronavirus, que la primera versión del COVID19, apareció en la escena mundial al mismo tiempo que la influenza H5N1, en 2003 (SARS). Nada más que la ciencia le apostó al virus equivocado. Cuando llegó la pandemia, la ciencia dijo: domino el código genético, del humano y de los virus, ya tengo la solución. También dijo: es obvio que la proteína S (spike) es la llave que le abre las puertas de las células humanas a los virus, por eso siempre quedará estable y no va a cambiar. La ciencia decidió que las “vacunas” se hicieran contra la proteína S. Aunque jamás debieron de utilizar la palabra vacuna, porque es ampliamente conocido que los coronavirus no producen inmunidad, es decir no hay vacuna contra los coronavirus, por eso nos enfermamos de gripa constantemente. La ciencia, en lugar de preguntarse ¿por qué?, ¿cuál es el mecanismo de defensa que utiliza el virus que le permite infectarnos una y otra vez año con año?, decide hacer “vacunas”, con una metodología no probada y sale al mercado diciendo que las “vacunas” pararían la pandemia, cosa que nunca hicieron, al contrario la prolongaron. La realidad es que la parte que más mutó fue la proteína S y finalmente se pusieron a investigar cómo funciona la defensa del coronavirus y descubren que el virus evade el sistema inmunológico porque, precisamente la proteína S (la de las “vacunas”), se envuelve en una capa de invisibilidad (fibrinógeno), que toma de nuestro propio organismo, creando trombos y evadiendo a las células inmunitarias. Literal, no lo ven llegar, ni pasar, ni entrar, ni salir, por esa capa de invisibilidad.
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