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Por Marilú Acosta

En mis cumpleaños de primaria no existía la disyuntiva de ser incluyentes e invitar a todo el salón o descartar y festejar sólo con un selecto grupo de amistades cercanas. No había que pensar en invitaciones, ni en la logística de transporte, ni horario de recogida de mis compañeritos, ni en negociar “un rato más” con nadie. Mis festejos eran cortos pero contundentes: mi mamá se ponía de acuerdo con la maestra en turno, llegaba con pastel y piñata a la hora del recreo y los asistentes solitos se incluían o se descartaban, de acuerdo a si habían o no acudido a clases. La duración dependía de las actividades y la disposición de la maestra: o sólo nos daban los 25 minutos del recreo o le donaban al festejo una parte del tiempo de estudio. Si el día de mi cumpleaños caía en fin de semana, se organizaba el día inmediato anterior o posterior. Quizá por esto me daban mucha curiosidad los cumpleaños de verano. ¿Cómo festejan? ¿A quién invitan? ¿Es sólo familia? ¿Festejan viajando? En verano yo no le cantaba a nadie las mañanitas. Bueno, no canto las mañanitas, siempre las gesticulo en silencio, me parece más interesante escuchar el coro improvisado que seguir escuchando mi propia voz.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.