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Por Marilú Acosta

En lo más profundo del inconsciente colectivo se ha sembrado el arquetipo de la feminidad con la figura de Eva, creada con una costilla de Adán. Lo femenino se ha construido desde la subordinación al cuerpo de Adán y la eterna gratitud por donar una costilla. Una mujer no sumisa rompe el equilibrio social. A las rebeldes hay que esconderlas en conventos, taparlas con ropa u olvidarlas en torres de castillos. La maternidad más que una obligación, es la definición de valor social, al mismo tiempo que el lastre laboral. Al trabajo femenino se le ha arrinconado en la informalidad y cuando es pagado, está por debajo del pago masculino. La moda, la belleza, la eterna juventud son conceptos que se ciernen alrededor del cuerpo femenino como un corsé lleno de espinas.

De las violencias ejercidas hacia las mujeres, la física es la más evidente. La violencia intangible es la más profunda, minimizan el espíritu y la voluntad con manipulaciones psicológicas y emocionales. La violencia social está llena de inequidades, es no tener el mismo acceso a la educación, a la salud, a la libertad, al trabajo y al dinero. La violencia espiritual casi es eterna, la mujer es la maldad, la tentación, lo diabólico y por lo tanto debe ser cubierta de pies a cabeza para no provocar a los hombres, inocentes e incapaces de autocontrol.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.