Por Marilú Acosta
Llegué al planeta tierra por un portal multidimensional que me teletransportó desde la incorporeidad. Un portal que generó suficiente energía para que a partir de elementos básicos universales como el carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno se creara mi cuerpo. Mi portal tomó polvo de estrellas y lo condensó hasta convertir la luz en minerales como el calcio que formaría mis huesos. Este portal le hizo espacio a la materia oscura para que le diera a mis células cardiacas, hepáticas, renales, esplénicas y pulmonares la esencia que mantendría con vida el nuevo vehículo para mi espíritu. Durante todo este proceso, impregnaron mi organismo con información para poder sobrevivir las condiciones terrestres a las cuales me enfrentaría. Adquirí información inmunológica, neurológica, emocional y también un manual codificado para interactuar con aquellos que habían llegado antes que yo. De lejos, ese portal se parece a una esfera de energía que se alarga y toma forma de algo similar a un pentagrama. No fue sencillo el cambio de dimensiones, me confundió mucho la expansión y contracción de energía que viví. Casi al final del proceso, el portal aumentó la velocidad del flujo energético creando un campo electromagnético que generó un segundo portal. Se abrió una puerta dentro de otra puerta, se multiplicaron las dimensiones, se expandió aún más mi energía y atravesé un gusano pluridimensional en donde revisaron que ese cuerpo cumpliera los requisitos, así como mi espíritu tuviera lista la parte que entraría a habitarlo. Todo encajaba, entonces la luz y la oscuridad eran tan grandes que el portal dentro del portal se fundió en uno mismo, el movimiento cambió, ya no provenía de la esfera de energía, sino de mi pequeño cuerpo. Para salir desgarré ese microcosmos en donde me había desarrollado. Me envolvieron en amor incondicional como último paso antes del aterrizaje el cual fue bastante forzado, violento y sorpresivo. Mi sistema nervioso empezó a funcionar. Mi cerebro percibía la información de mi piel como si fuera dolor. Estaba desorientada, todo era extraño e incómodo. Con poca destreza movía mis extremidades, gesticulé buscando crear palabras con sonidos guturales. Me detuve, no sabía qué idioma hablaban los que me rodeaban; si tenía que integrarme a sus costumbres, a su historia y a su sociedad, el primer paso era hablar su misma lengua. Aprendí escuchando.