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Por Marilú Acosta
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Buscando una reflexión de Sor Juana Inés de la Cruz que tenía que ver con las líneas del techo, Margo Glantz me indicó que la encontraría en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Y ahí estaba yo, coincidiendo al cien con Sor Juana, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? La cocina como biblioteca de fuego, como laboratorio de química, como cuarto de alquimia y centro de mando donde discurren la mayoría de las decisiones del hogar. Un hogar que significa fuego, porque en sus inicios la letra hache no era muda, era efe. Fogar viene del latín focus, palabra para fuego o brasero. Si lo pensamos bien, una filosofía de cocina supera por mucho a una filosofía bibliotecaria. Hacer filosofía dentro de la inestabilidad de la cocina que pone en constante riesgo la vida, es un triunfo logístico. Se necesita un baile coordinado entre nuestro cuerpo, el fuego, y el filo de los cuchillos. Un olfato experimentado para reconocer el estado adecuado de la carne, saber diferenciar las frutas que aquí no se nos presentan prohibidas, sino con la posibilidad de que sean podridas. Y la valentía absoluta para mezclar olores y sabores que complazcan a paladares exigentes, en tanto se encuentran los tiempos precisos de cocción y el orden con el cual integraremos los ingredientes de un platillo. Todo lo anterior mientras el cerebro se pregunta cómo funcionan las cosas, y después, por qué funcionan así, para terminar buscándole el sentido del para qué funcionan así. No me queda más que coincidir nuevamente con Sor Juana, Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito. ¿Cuánto nos habremos perdido de Aristóteles si tan sólo se hubiera atrevido a ser un poco más hogareño? La tendencia de los científicos, en masculino, es entender el cómo funciona lo que funciona y una vez entendido, saltan al siguiente problema. ¿Qué sería de nuestro mundo actual si, al reflexionar, Aristóteles se hubiera reacomodado esa tela rectangular que le colgaba de los hombros y se hubiera metido de lleno a la cocina? Miguel Ángel descubrió tanto de anatomía, de mecánica de vuelos, esculpió músculos que parecen que se mueven y además pintó una capilla, quizá pudo hacer tanto por estar cocinando.

En su época, las cartas de Sor Juana se hacían públicas por medio de canales distintos a los que conocemos hoy. Tan públicas eran que había a su alrededor personajes importantes que entablaban una conversación con Sor Juana, escondidos detrás de una pluma de género femenino, como es el caso de Sor Filotea, que ni era Sor, ni era Filotea. Tanto en aquella época como ahora, el anonimato brinda una especie de valentía. Leyendo a Sor Juana, no puedo evitar recordarla llamando necios a los hombres porque en esos tiempos no pueden, ni logran entender las consecuencias de sus acciones. Desde que nació, un 12 de noviembre, han pasado 375 años, y sus versos son tan contemporáneos que cuando habla de la arrogancia, / pues en promesa e instancia / juntáis diablo, carne y mundo. Me es tan fácil encontrar hoy necios que señalan a las mujeres sin conocer lo que es la razón. Por ejemplo pienso en uno que dice traer un billete de Sor Juana en su cartera y que cada miércoles se esconde detrás de una voz femenina y un tanto quebradiza para acusar con necedad, sin ver que sois la ocasión, / de lo mismo que culpáis: si tan sólo supiera este personaje desde la cocina filosofar, ¡cuántos dolores de cabeza nos hubiéramos podido evitar!

Este hombre necio, que tanto miedo tiene de nombrar a quien seguramente el sueño le ha de quitar, es la misma que sin vacilar, a Sor Juana como pluma invitada hubiera de convocar. ¿Por qué invitada y no semanal? Porque a Sor Juana, de la cocina, no la vamos a sacar.

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@Marilu_Acosta

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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