Por Marilú Acosta
Sigmund Freud (Chequia, 1856 - 1939) tuvo un sobrino llamado Eduard Bernays (Austria, 1891 - 1995), el cual utilizó todo el conocimiento generado por su tío para crear las Relaciones Públicas. Este concepto tiene por origen la “propaganda en tiempos de paz”, que al no ser políticamente correcto utilizar la palabra “propaganda”, decidió hablar entonces de relaciones públicas. Eduard demostró que, tanto para una persona como para una compañía o un gobierno, la imagen pública y las relaciones que se generan con el público general se pueden controlar. Por ejemplo, en 1929, Bernays aplicó las enseñanzas de su tío para generar un profundo cambio en la sociedad en lo que a fumar y las mujeres respecta. En esa época, el 51% de la población no tenía el visto bueno social para fumar, ni en sus casas y mucho menos en público. Las tabacaleras tenían un interés económico para cambiar ese juicio social, aunque no sabían cómo. Eduard sí lo supo. A través del psicoanálisis, el inconsciente y los deseos suprimidos encontró, junto con Abraham Brill (Polonia, 1874 - 1948) que el cigarro era un símbolo fálico, que en manos masculinas perpetuaba el dominio del hombre sobre la mujer. Sin embargo, en manos femeninas, las mujeres desafiaban esa sumisión, encontrando en el cigarro un símbolo de libertad al tener entre sus dedos su propio pene. Para Eduard y Abraham, el cigarro transformaba a las mujeres en pequeños hombrecitos, generando por medio de un artefacto, una ficticia igualdad de género, pero sobre todo un increíble aumento en el ingreso de las tabacaleras.
Casi cien años después, al encontrarme en una reunión en donde la mayoría de las personas fumaba, hombres o mujeres, me cuestioné si los hombres eran caballeros o violentos. Les explico, aunque muchos fuman, por lo general los cerillos brillan por su ausencia y los encendedores son escasos. Como en esta reunión cada quien fumaba marcas muy particulares, nadie compartió (gorroneó) la cajetilla de quienes siempre compran cigarrillos. Entre plática y carcajadas, los hombres encendían los cigarrillos de las mujeres, quitándoles de las manos el encendedor, en un acto de caballerosidad y las mujeres en automático dejaban ¿consentirse? por ellos.
Vayamos al origen de la caballerosidad. Surgió en Francia, entre el siglo IX y el XI, proviene de la palabra caballo en francés (cheval), porque era el código de conducta que la Iglesia buscaba aplicar a los hombres que montaban a caballo. Éstos eran unos violentos mercenarios que encontraban en la violencia su principal profesión y sentido de existencia. Justamente esta violencia era la que necesitaba regularse. Este código se mezcló con el hecho de que se aplicaba a quienes pertenecían a la aristocracia o al menos a las familias de los señores feudales, porque ningún campesino podía ser caballero. Dentro de estas normas, las mujeres (aristócratas) tenían una posición confusa. Por un lado eran reverenciadas y ejercían un cierto poder sobre los hombres que quisieran estar cerca de ellas. Por otro, las mujeres se reducían a ser unos apéndices (o la costilla) de los caballeros. Con el paso del tiempo, la caballerosidad fue sofisticándose y las mujeres tuvieron que restringir más y más sus acciones porque dentro de la caballerosidad, las mujeres eran objetos idealizados, que requerían ser absolutamente pasivos (para poder ser admirados), eran unas bellas, inalcanzables e inmóviles criaturas. Los siglos pasaron, la caballerosidad se revisó y revaloró en la época Victoriana, siendo más cercana a lo que conocemos hoy.
Luego entonces, es comprensible que en pleno siglo XXI, las mujeres no pudieran encender su propio cigarrillo. Prometeo (un titán de la mitología griega), realizó sin querer y muchísimo tiempo antes de que se originara, un acto de caballerosidad al robarle el fuego a los dioses para regalárselo a los humanos. El fuego debe, obviamente, ser manejado por los hombres. Habrá quienes digan: es un lindo acto el darle fuego a quien tiene un cigarrillo en la mano. Claro, como acercar las servilletas o verificar que su silla no se esté hundiendo en el lodo de un jardín para evitar una caída. Siempre hay actos de amabilidad, de bondad, de apoyo, de generosidad. Sin embargo hay que revisar lo que tenemos normalizado, introyectado dentro de nuestra forma de entender al mundo. La caballerosidad surgió para normar la violencia. Por lo tanto, podemos encontrar en actos que se dicen caballerosos, una violencia disfrazada de valores socialmente aceptados.
#No hay excusa, si queremos eliminar la violencia contra la mujer, es necesario revisar todo lo que consideramos “normal”, “cotidiano”, “tradicional” y “socialmente aceptado”. Porque una cosa es que cualquier mujer pueda fumar porque así lo desee, encienda su cigarrillo porque puede y otra muy distinta es que se manipule el concepto de liberación femenina con tal de vender más o que se considere incapaz a la mujer de controlar el fuego y sea el hombre quien lo maneje, escondiendo ese menosprecio detrás de la caballerosidad. Tener actos de bondad nos permite a la sociedad crecer y madurar, cuestionarnos por qué hacemos lo que hacemos, nos ayuda a entendernos y a conquistar una sólida y verdadera libertad, la del autoconocimiento.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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