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Por Marilú Acosta

Después de la Segunda Guerra Mundial y las investigaciones en salud que se realizaron por tener fácil acceso a seres humanos cautivos en los campos de concentración el mundo se cuestionó si no era necesario tener algún decálogo, un texto, lineamientos, un límite, algo que impidiera que se hicieran investigaciones en seres humanos sin su consentimiento y sin saber qué tipo de consecuencias (conocidas o desconocidas) pudiera haber. Así es como la ciudad de Nuremberg, en 1946, se forma un tribunal internacional para analizar crímenes de guerra y en su caso enjuiciar a los nazis involucrados. En 1947 se establece el primer código ético sobre experimentos de la humanidad conocido como el Código de Nuremberg. Un año después se promulga la Declaración de Ginebra (1948) y otro año pasa para que se publique el Código Internacional de Ética Médica (1949), el objetivo es proteger a los seres humanos de experimentaciones brutales y del comportamiento ético de los médicos ante sus pacientes y colegas.

Casi dos décadas después, la Asociación Médica Mundial (AMM), una confederación internacional e independiente de asociaciones profesionales de médicos en medicina general, hace la Declaración de Helsinki en 1964, con revisiones en Tokio (1975), Venecia (1983), Hong Kong (1989), Sudáfrica (1996) y Edimburgo (2000). La AMM inicia en 1947 en París y para 2019 agrupa a 112 asociaciones médicas nacionales, lo que equivale a más de 10 millones de médicos.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.