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Por Martha Carrillo

Hay dos respuestas básicas ante un abuso sexual: huir del agresor o pelear, pero en la actualidad se sabe que existen dos más, que son el “congelamiento” y pacto de silencio.

 

Ante una agresión, más allá de la edad,  generalmente se le cuestiona a la víctima, pero ¿por qué no huiste?  ¿Por qué no te defendiste? ¿Por qué no dijiste claramente que “no”? ¿Por qué no pateaste y lo golpeaste? Y esto que pareciera lógico, no lo es, porque todo depende del impacto emocional que el hecho esté ocasionando en nuestro ser.

 

Es más fácil tener alguna de estas reacciones ante un desconocido, pero ¿qué pasa cuando se trata de alguien que amamos? ¿De alguien que debería cuidarnos? ¿De alguien que tratamos con frecuencia? ¿De alguien que es nuestro consanguíneo? Las cosas para nuestra psique se vuelven más complejas. Y es ahí cuando tendemos a “congelarnos”, cuando nuestra mente se disocia y parece estar viviendo una realidad alterna. Como si esas caricias, esos tocamientos o incluso penetración no la estuviera viviendo nuestro cuerpo, sino otro. Y esto es más duro cuando se trata de menores de edad

 

“Cuando en terapia reviví el momento en el que mi tío me estaba tocando mis partes íntimas en el baño, mientras permanecía tirada sobre el piso helado, lo único que se movía era mi pie derecho. Era un movimiento constante y firme, pero el resto de mi cuerpo parecía inerte. Era como si yo no me habitara y solo pudiera verme desde fuera de mí, sin poder hacer nada por esa niña que estaba siendo abusada y que era yo misma”. Sé que suena a locura, pero no era yo, aunque era yo. No pasaba por mi voluntad, simplemente no podía huir ni podía defenderme y ahí me quedé hasta que él lo decidió”.

 

Este es el relato de una mujer que sufrió abuso a los 9 años, por un amigo íntimo de la familia a quien ella quería como un tío, era casi una figura paterna, y desde esa edad su alma se rompió y su mente almacenó en su inconsciente este recuerdo, y no fue sino hasta alrededor de los 40 años, cuando llegó a terapia por no poder contactar el placer sexual con sus parejas, que las memorias de esta cruel experiencia salieron a la luz en su consciente.

 

El abuso sexual infantil no es nuevo, ha ocurrido siempre, pero hoy se nombra, se visibiliza y se rompió el pacto de silencio. Es vital seguir educando al respecto a los niños enseñándoles que hay partes de su cuerpo que no se tocan por otros y que deben denunciar de inmediato si alguien intenta hacerlo o lo ha hecho y también concientizar a aquellos adultos que sienten el impulso de acercarse a menores de la importancia de pedir ayuda y de ir a terapia antes de marcar para siempre la vida de un ser indefenso

Este es un tema que duele, que lastima, que enoja y que no podemos permitir que siga ocurriendo. Por tanto, tenemos que estar atentos de nuestros niños y observar si se presentan las siguientes señales para saber si algún menor ha sido víctima de abuso y prestar ayuda inmediata.

 

1) Si presenta un cambio de conducta significativo: está retraído, aislado o por el contrario agresivo y rechazan el contacto físico cuando antes no era así 

2) Si sexualiza su comunicación, sus juegos o sus relaciones personales

3) Si presenta alteración del sueño o pesadillas

4) Si baja su rendimiento escolar de manera significativa

5) Si presenta cambios en la higiene, ya sea una imperiosa necesidad de limpieza con su cuerpo o el descuido total

6) Si hay alteración en sus hábitos alimenticios

7) Si muestra desconfianza o rechazo a alguien en especial

8) Si presenta moretones, rasguños o dolores físicos que puedan ser producto de violencia

 

Es nuestro deber como adultos conscientes proteger a nuestros menores e impedir que siga existiendo el abuso sexual, ya que según la Organización Mundia de la Salud uno de cada cinco menores lo sufre antes de ser mayor de edad.

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