Por Martha Ortiz
Es mi deber comenzar este artículo con la aclaración de que lo escribió una cocinera apasionada por la lumbre, confesa de tener una relación con este elemento ardiente y transformador, como explicación anticipada de la elaboración de esta receta-relato.
Es decir, con la lengua me refiero en este caso al músculo compuesto por la más ingeniosa ingeniería anatómica, que se encuentra después de los labios, al interior de la boca, y que aparte de las funciones del habla y de sus aciertos o desaciertos —sobre los cuales podrían escribirse miles de páginas— nos ayuda a masticar, salivar, saborizar y deglutir.