Por Mónica Hernández
Primer día de regreso a clases y lo viví como todo el mundo que aún tiene hijos en edad escolar: con locura, con ansiedad, con anticipación salpimentada de nostalgia. Los días se hacen largos pero los años cortos. Mi retoño ayer era un bebé y comenzó la educación secundaria esta semana. Creo que parpadee dos veces y creció, al punto de que no reconozco a esta personita que opina, defiende sus puntos de vista y prefiere a sus amigos antes que a mí. Entiendo que esto también pasará. La adolescencia es curable.
Lo que también regresó fue la rutina de horario, ejercicio y cien mil pendientes. Y hábitos: mi café de la mañana con un vistazo a los noticieros internacionales y nacionales (me salto una parte en particular, deseando con los ojos cerrados que en octubre termine la tortura mañanera nacional). Una ojeada a CNN, otra a la BBC y otra más a TV5 y TVe. Mundo cubierto. Y entonces caigo en la cuenta que vivo dentro de una canción que comenzó a sonar en mi cabeza mientras miraba los titulares de los diarios que, a fuerza de la costumbre adquirida durante mis años en Relaciones Públicas, no he podido sacudirme. Desolación en estado puro. Dudo que sea mental y emocionalmente saludable ver noticias… pero si no lo hago la ansiedad me trepa hasta apretarme el gañote. Algo bueno ocurrió esta vez: en algún lugar de mi cerebro comenzó a sonar Un día en la vida (A day in the Life) de John Lennon. La canté completa.