Por Mónica Hernández

¿Alguna vez alguien habrá pensado que manejar es también un asunto de género? Yo me burlaba de esta idea, pero alguien, en un país europeo, se lo tomó en serio. Y no me estoy refiriendo a Bertha Benz, esa mujer a quien aún hoy no se le reconoce el mérito de haber popularizado la conducción de un trasto por las calles —y menos que una figura frágil de cuerpo y de nervios, como eran las mujeres del siglo XIX, se pusiera delante de un volante. En su momento, su osadía se consideró un delito. Pero sí, la historia del automóvil rodando comienza con una mujer (que también era mecánico, como su esposo, al que le financió la idea de un carruaje motorizado y autónomo con su propia dote). Hoy me refiero a las miles de millones de mujeres que cada día se suben a un auto y lo manejan hacia donde deben y quieren.

Esta frase, “maneja como mujer”, que se pensó como un halago, se ha convertido en un reclamo machista en Francia. Sí, en el país donde a los ciudadanos les pareció buena idea decapitar a todos los enemigos (reales o imaginarios), el mismo país que recibió a los alemanes en París sin disparar un solo tiro, un país que nos hace soñar como turistas, aunque los locales detesten a los visitantes. Un París que hoy acoge a millones de entusiastas de los Juegos Olímpicos, una ciudad que no dejó a nadie indiferente con la ceremonia de inauguración que ya ha cambiado las ceremonias para siempre.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.