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Por Mónica Hernández

Sarco, diminutivo de Sarcófago, es el nombre de la empresa que ya entró en el mundo de los vivos para asistir a algunos en su viaje al más allá, el de los muertos. Y es que el artefacto, una especie de cama espacial con forma de cápsula (me imagino que si la Blancanieves hubiera vivido en el siglo XXI lo habría utilizado porque parece cómodo, es hermético y tiene, como el ataúd del cuento no-infantil, techo de cristal) ya está lista y se ha probado con éxito. Toda una declaración de intenciones. En las imágenes se ve blanca con azul y también parece la cama de Superman cuando sus padres lo mandaron al planeta Tierra para que los malos no lo capturaran.

 

¿Cómo funciona? El suicida se mete en la cápsula hermética, cierra por dentro y le da al interruptor que libera gas nitrógeno en el interior (hermético repito), lo que provoca que la cantidad de oxígeno se reduzca a niveles letales. O sea, muerte por asfixia. Algo así como que te vas quedando dormido. Tiene un botón de emergencia por si el usuario se arrepiente en el último o penúltimo momento (no hay muchos momentos, porque una vez que el nitrógeno se cuela en tu sistema no podrás apretar el botón de pánico aunque tu conciencia te pida hacerlo). La accesibilidad radica en que el artilugio se puede pagar y descargar en la computadora, para imprimir en 3D. Ensámblelo usted mismo. Mentalícese mientras lo construye. El lego de la muerte. No se involucra a terceros que carguen con la culpa, ni medicamentos, ni inyecciones, ni sangre. Suena macabro. Tal vez lo sea.

 

La palabra clave en el párrafo anterior es suicida. El artefacto lo diseñó el médico australiano Philip Nitschke para la empresa Sarco (de la que es socio mayoritario) a fin de ayudar a bien morir a la gente que ya no puede con su vida (ni con su alma, como decimos en México). Lo hizo pensando en quienes han decidido terminar con el sufrimiento que cargan. El médico se ha dedicado desde la década de 1990 a asistir a personas a morir. Pero parece que no es tan sencillo. ¿Por qué? Porque en todo el mundo (excepto en Suiza) el suicidio y la muerte asistida están penalizados. Parece ridículo: si usted se mata le cae la ley y tal vez cárcel. Y a sus familiares y cuidadores también. Absurdo.

El pasado mes de julio una mujer estadounidense cuyo sistema inmunológico se volvió loco viajó a la frontera con Alemania, más concretamente a un hermoso bosque suizo en Merishausen para utilizar la cápsula y poner fin a su calvario. Como no podía ser de otra manera, hay varios detenidos. Ojo: en Suiza la muerte asistida es legal siempre y cuando se cumplan ciertas circunstancias. Y hay varias empresas que se dedican a este proceso (incluso, hay todo un nicho de mercado, el del turismo del suicidio en este pequeño país. Empresas como Exit International (también del Dr. Nitschke), Last Resort y otras más concluyen más de 1,000 eutanasias al año. Y aumentando). Ante esta respuesta del gobierno, el médico que diseñó el artilugio propone compartir los planos -de manera gratuita- en internet para que cada quien decida. Le parece digno en contraposición con otras indignidades como la violencia, la guerra, el calentamiento global, las burkas, la cacería de rinocerontes, el fentanilo y el narco. 

 

Releo esta última frase y no puedo sino llenarme de asombro. La muerte es ilegal en todo el mundo. Entonces… ¿Y Ucrania? ¿Y Gaza? ¿Israel? ¿Líbano? La muerte sigue siendo ilegal pero todas estas muertes parecen estar justificadas. Contrario a los empleados de Sarco, no hay detenidos, no hay juicios por estas muertes que se cuentan por decenas de miles.

 

Las lágrimas más amargas que se derraman sobre las tumbas son sobre palabras no pronunciadas y por acciones no realizadas, escribió alguna vez Harriet Beecher Stowe, escritora conocida por La cabaña del tío Tom.

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