Por Mónica Hernández
Si no has escuchado hablar acerca de Giséle Pelicot a estas alturas, has estado viviendo debajo de una piedra. O en una cueva. O en tu vida, tus problemas, tus complicaciones. Tal vez el peso de la miseria humana que nos rodea es tanta que preferimos mirar hacia otro lado, siempre hacia otro lado. Tal vez no sea por indiferencia, sino tan solo por desconocimiento. Entonces deja te presento a Giséle.
Giséle es una mujer de 72 años que vive en Mazan, una ciudad al sur de Francia, razonablemente cerca de Aviñón, un lugar más conocido por ser turístico, la sede papal durante el siglo XIV. Lleva 50 (sí, cincuenta) años casada con Dominique. Es madre de tres hijos adultos, Caroline, David y Florian y sus vidas parecían discurrir en la normalidad de cualquier familia con hijos que a su vez son padres. Y llegó el tsunami.
Unas mujeres denunciaron a un hombre que les grababa las piernas y la entrepierna debajo de las faldas en un supermercado. Luego lo hicieron otras. No había patrón de edad, de raza, de estatura, de complexión. El común denominador era el sexo femenino. Así hasta que la policía detuvo a Dominique, el perpetrador. Esto fue solo el principio. Buscando en su computadora, previa orden de registro, encontraron videos de su mujer teniendo relaciones sexuales con muchos hombres. Muchos. Hasta ahora la policía ha identificado a 50, pero calculan que faltan muchos más.
Durante poco más de diez años, Dominique drogaba a su mujer, esposa, compañera, amiga y amante y la ofrecía por internet, para que los hombres se agasajaran con ella, previo pago. Ella estuvo protegida, de cierta manera torcida, porque nunca supo lo que ocurría. Siempre estuvo drogada. En los videos se le escucha roncar ligeramente. En las fotos solo se ve dormida. Y era su esposo quien la explotaba. La persona con la que te casaste, con la que tuviste hijos, a quien le haces la comida y le lavas la ropa. Con quien convives y te vas de vacaciones. Con quien tienes relaciones íntimas consensuadas. Con el que organizas la fiestas familiares, las navidades, los cumpleaños de los nietos.
En la computadora también se han encontrado fotos de la hija, bajo una carpeta que se llama “fotos de mi hija desnuda”. Falta por ver si también se procesa al padre por esto, porque Giséle ha elegido salir del anonimato al que tenía derecho y dar la cara, buscando tal vez proteger a su hija, aunque ya nadie la puede proteger a estas alturas. Ha asistido a todas y cada una de las audiencias en las que los hombres que desfilaron con ella han declarado lo que le hacían mientras el marido filmaba. Además de vulgar empresario, Dominque era voyeur.
Giséle ha preferido proteger a su hija, porque está convencida que Dominique ha hecho lo mismo con Caroline que con ella, aunque solo se sabe de fotos. Al parecer, también hizo fotos indebidas de Aurore, nuera de Giséle, madre a su vez de tres hijos con Florian. Céline, la esposa de David, también apareció en la computadora, desnuda y embarazada de sus mellizas. Un hombre ejemplar que ha dejado a su familia destrozada, tal vez irremediablemente. Porque ahora uno de los nietos, de 18 años, se replantea aquella vez que “jugó” a los médicos con su abuelo. La lista de revelaciones de sus nueras, yerno y nietos, es muy larga y terriblemente dolorosa incluso de leer, tanto como las de los perpetradores con el cuerpo de Giséle. A todos les ha arrebatado no sólo la infancia, la adolescencia, sino el futuro porque las nueras han solicitado divorcio de esa familia. Tal vez cambio de apellido para que Pelicot no aparezca por ningún lado. Que nada ate a las personas de esa familia con ese monstruo.
¿Qué hace a Giséle diferente a las demás mujeres abusadas por sus esposos? Ha declarado, citando a Hannah Arendt, que su caso es ejemplo de la banalidad del mal, porque todos contribuyeron a esta monstruosidad a su manera. Ha despertado del horror a su manera, con serenidad y una infinita paciencia. Aparece con la cara alta. Arrastra dignidad. Le robaron su cuerpo, pero no su mente. Ha dicho: La vergüenza debe cambiar de bando.
Je suis Giséle, Yo soy Giséle porque le creo. Ya basta de que las víctimas se conviertan en culpables, en objeto de vergüenza. No es culpa de la minifalda, de las piernas bonitas, de los senos ni del escote. No son las caderas. No es la piel. No es el olor, ni la suavidad. Yo soy Giséle porque efectivamente, la vergüenza DEBE cambiar de bando.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
Comments ()