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Por Mónica Hernández

No, no es un titular equivocado. Durante años se ha dicho y sostenido que las mujeres queremos igualdad de género y no es verdad. Queremos igualdad de oportunidades, igualdad en los salarios, igualdad de derechos. No queremos ser el género que no somos ni seremos. Las mujeres nacemos como lo hacemos: diversas. Hay variedad en el color de piel, de pelo, en la estatura y en la forma de los cuerpos. También hay diversidad en pensamiento, de ideología, de metas y de sueños. Ni hablemos de diversidad sexual porque esa ya es (o debería ser si aún no lo es) una cuestión íntima y no está siquiera a debate y no debería mencionarse. Porque seamos honestos, ¿qué diantres nos interesa quién se acuesta con quién? Y si a alguien por aquí le interesa, le aconsejo busque ayuda especializada. 


Género fue durante muchos siglos la palabra utilizada para señalar una cosa, un objeto: género era una tela, una especia, un cajón de libros, una mercancía. Cualquier producto físico que se pudiera comprar y/o vender. A partir de cierto tiempo, género pasó a ser una especie de adjetivo, una clasificación para agrupar similares: género de bromas, género de literatura, género de especies. Como suele pasar en épocas de ciencia, entró la biología a apropiarse de la palabra género y de su significado, dividiéndolo en femenino o masculino. Es entonces que en el siglo XIX género comenzó a generalizarse sólo como identificador de hembras o machos, de tuercas y tornillos. Así la simplificación.  Así la simpleza. 


También en el siglo XIX un filósofo francés (Charles Fourier) decidió describir el feminismo como el movimiento de un grupo de mujeres que buscaban la igualdad de género. Falso. Falsísimo. No hay, que yo sepa, ninguna mujer que desee igualarse con un hombre, a menos que estemos hablando de puestos de trabajo, de salarios, de oportunidades, de horarios, de objetivos, de metas, de sueños. Algunas mujeres prefieren vestirse con traje, camisa y hasta corbata. Tal vez zapatos planos (que son muy cómodos). Eso no las iguala con los hombres. Igualará (si acaso) la vestimenta, pero nada más. Y eso si no tenemos en cuenta que la cadera femenina, recipiente de una matriz con opción a vientre materno, es más alta y más ancha que sus homólogas masculinas. En pocas palabras, el llamado “tiro” en los pantalones necesariamente ha de ser más alto, llevar más tela. Como anécdota, la queja de mis compañeras de una embotelladora de refrescos, que debían usar pantalones cortados para hombres, porque nunca se les había ocurrido que se necesitaba un patrón diferente para los pantalones de las prevendedoras y vendedoras. Así que tenían que usar uno que se les encajaba por debajo para verse uniformadas (con las consecuentes infecciones génito-urinarias inexplicables que eso atrajo durante años).

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