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Por Mónica Hernández

Primero fue la noticia: un hombrecillo de aspecto insignificante y anodino confiesa haber asesinado a sus hijos Ruth, de seis años, y José, de dos, por el odio que le profesa a la que fuera su mujer, su esposa, madre de los niños, Ruth Ortiz. El hombre es José Bretón y cometió los crímenes en Córdoba, hermosa ciudad andaluza, en el año 2011. Cuando Ruth le comunicó que solicitaría el divorcio, su obsesión por el orden y la fijación por el detalle lo llevaron a planear el doble asesinato con meticulosidad. Compró ansiolíticos y antidepresivos unos días antes para poder dormir a los pequeños y simplificar la monserga del crimen. También amontonó 250 kilos de leña y más de 270 litros de combustible. Dormidos o no, les prendió fuego durante varias horas, hasta calcinarlos por completo. Denunció una supuesta desaparición por la tarde, pero en menos de quince días ya estaba preso por el asesinato de sus propios hijos. Estupor, horror, incredulidad. Otro padre que mata a sus propios hijos para castigar a la esposa. Tiene nombre. Se llama violencia vicaria. Y es un delito.

La personalidad de José es pasto de especulaciones y también de personajes literarios. Había amenazado con suicidarse cuando una exnovia lo dejó. Se volvía agresivo cuando las cosas se salían de una ruta fija y recta que tenía trazada en mente. Se irrita con facilidad. Tiene tolerancia cero a la frustración. Como hombre de su generación, no aprendió a expresar sus sentimientos, que con facilidad desembocan en agresividad. Pero, ¿cuánta gente en el mundo tiene estas pautas de conducta? Los especialistas que entrevistaron a Bretón en la cárcel preventiva aseguraron que no padece ningún trastorno de la personalidad, ninguna enfermedad mental, nada que atenúe la verdad pura y dura: mató a sus hijos a sangre fría, teniendo en mente el daño que le haría a la madre. La sentencia fue unánime y le dieron 40 años de cárcel, 20 por cada hijo. Veinte años que ni Ruth niña ni José niño verán. Personalmente, me parecen pocos, pero yo no hago las leyes.

Pero José hizo otra cosa: amenazó con publicar un día cómo mató a los niños. Dejaría pasar unos años (fueron catorce) para afirmar que sí, que él los había asesinado. No quiere que nadie se olvide de él. Necesita que se hable de él. No soy especialista, pero esto se llama narcisismo. Necesita ser el centro de atención. Él. Quiere dañar a Ruth. Más. Como si que te maten a tus hijos no fuera suficiente.

Después de la noticia, que como todas las noticias viejas se olvida en un cajón de la memoria, llegó la sorpresa. Pero las amenazas se cumplen en el caso de José Bretón. Este año, un escritor de trayectoria, Luisgé Martín (premio Herralde de Novela en 2020), anunció la publicación de un libro titulado El Odio, que se basa en la historia de José y su interpretación del asesinato de sus hijos. Luisgé no es un recién llegado: ha publicado ocho novelas y tres libros de cuentos, además de infinidad de artículos en revistas y antologías colectivas. Explora los sentimientos humanos, o lo que queda de ellos en los cuerpos de los asesinos, de la misma manera que hicieron antes Ann Rule, Stephen King, Truman Capote, Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Patricia Highsmith, Hannah Arendt y Dolores Redondo, entre otros muchos, muchísimos. Los Beatles alguna vez confesaron haberse inspirado en Charles Manson para componer Helter Skelter. El género negro siempre ha tenido y tendrá lectores, espectadores, escuchas y asistentes, porque las historias de horror también son las historias de la humanidad. La muerte violenta y la sinrazón son parte inherente a los seres humanos. Nos conmueven, nos horrorizan, nos sorprenden y nos enseñan. Y aquí entra la moral, incluso la más básica: nos enseñan lo que está bien y lo que está mal. Matar a tus hijos para arruinar la vida de otra persona está mal. Matar está mal. ¿Odiar? Tal vez no. Pero cometer crímenes en nombre del odio sí. Los hermanos Tate son un gran (mal) ejemplo en las redes alrededor del mundo y sí está comprobado que incitan al odio, a la homofobia, a la misoginia, y no sólo publican lo que piensan, sino que ¡tienen miles de seguidores!

¿Dónde se traza la línea? ¿Quién es la voz autorizada para trazar la línea? Hace tres semanas precompré el libro de Luisgé en una página en línea. La editorial Anagrama no tenía fecha de lanzamiento, porque un juez de Barcelona dictaminó que se debía posponer la distribución, a petición de Ruth Ortiz, alegando violación a su intimidad, intromisión y su derecho al honor. Tiene razón. A Ruth se le vuelve a violentar, a victimizar y a agredir con la publicación de esta novela. Nadie le avisó que se ventilaría su pérdida en una novela. Muchas librerías se negaron a ofrecer el libro a los clientes y otras muchas, muchísimas, aseguraron que si se pedía, lo ofrecerían en su catálogo. Juzgados y audiencias aparte, los jueces defienden la libertad de expresión.

¿De quién es la libertad? ¿Del que lee? ¿Del que elige comprar un libro? ¿Comprar un libro con una historia supuestamente sórdida te convierte en mala persona? ¿Leer acerca de los motivos de un asesino te convierte en perpetrador contra una madre que perdió a sus hijos? Hay libros que incitan al odio, los que hacen apología de guerras, de crímenes, de pensamientos retorcidos. Hay otros que blanquean las intenciones (Mein Kampf, de Hitler, es un buen ejemplo de blanqueamiento y justificación), y hay otros que redundan en la inconsciencia de sus crímenes para vender best sellers acerca de ellos (Nancy Crampton Brophy, Krystian Bala, Blake Leibel, Ian Brady, John Wayne Gacy y algunos otros). Hay otros que ven señales e iluminaciones con fragmentos de libros para cometer crímenes (Marc Chapman leía El guardián entre el centeno de J.D. Salinger mientras planeaba matar a John Lennon, un joven masacrador Jeremy Delle dijo que se inspiró en Rabia de Stephen King, por poner dos ejemplos). Hay quienes solo leemos para entender el mundo, para comunicarnos con él, para interpretar nuestro entorno.

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