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Por Mónica Hernández

Los resultados de la prueba PISA fueron tan malos, que lo más sencillo es hacer lo que se acostumbra en este país y que tristemente nadie cuestiona ya: rechazarlos, descalificarlos, anularlos. Soltar un improperio o un insulto y todos a seguir con lo que se estaba antes del descubrimiento. Sería maravilloso tener una varita mágica que hiciera lo mismo con el objeto que mide esa prueba: que por arte de brujería desapareciera la ignorancia, la incomprensión de los textos leídos, la falta de cálculo mental matemático hasta básico… y ni le seguimos. Una lástima, porque sí es posible calcular el rezago (alguien dijo que eran 16 los años perdidos de avance en educación básica. Ojo: no estamos hablando de física cuántica y menos de inteligencia artificial. Sólo de educación bá-si-ca). Se requieren políticas públicas a corto, medio y largo plazo. Se requieren compromisos. Se requiere voluntad. Aquí es donde falla la ecuación. Voluntad. De esa no parece haber ni se sabe dónde buscarla. Porque, ¿a quién le conviene que México esté lleno de analfabetos? Se me ocurren varias opciones, pero ninguna es alentadora, ya no digamos prometedora. 

Como conjurado por mi concentración en esta columna, suena la alerta del WhatsApp. Son los chats. Uno de mamás, donde alguien busca una chamarra fugitiva que nunca volvió a casa. El chat se vuelve loco dando campanillazos y las líneas se llenan de negaciones y buenos deseos para la pronta recuperación de la prenda desaparecida. Me imagino que si alguien la tomó por error, ni cuenta se ha dado y tampoco está colgado del Whats. Alguien comenta que hay una sección de “objetos perdidos” dentro de la escuela. ¿Ya se daría la vuelta alguien por ahí? El resto es un galimatías, a cuál más divertido. Alguien del chat se despierta y comienza a escribir en otro, uno de los varios alternos, ahora el dedicado del regalo a una profesora. Con el SAT persiguiendo a pequeños contribuyentes y supuestos grandes defraudadores, esos que lleguen a recibir fortunas de tres o cuatro mil pesos en su cuenta, los pagos sólo se pueden realizar en efectivo. El chat explota donde adultos y adultas preguntan por la cuenta de depósito, mientras otros y otras vuelven a poner que solo en efectivo. La escritura de uno y otro bando se repite ad nauseam

El latinajo para decir hasta el hastío se queda corto. Me acuso de divertirme con el chat, donde cada quien escribe lo que quiere pero nadie se toma la molestia de leer lo que van poniendo los de antes, los de arriba en el chat. Resulta inevitable no pensar en que como adultos, no hemos aprendido a leer. A leer con comprensión de lo que se lee, con asunción de lo que escribe alguien más. Sabemos juntar letras y entender el significado general de las palabras. No sabemos inferir, no conseguimos darle sentido al significado. Ya no hablemos de eufemismos, aliteraciones, metáforas, yuxtaposiciones, alusiones, alegorías, hipérbolas… si esto ocurre en los adultos, no me quiero ni puedo imaginar lo que les espera a estas generaciones de niños a los que el Covid les interrumpió el proceso de aprendizaje, a los que les toca la transición de la escuela anterior a la llamada Nueva Escuela Mexicana y que, como los chats de mamás, resulta incomprensible y parece inaplicable, de momento. Porque de momento, en tres sexenios llevamos tres modelos escolares, uno mejor que el anterior, pero sin resultados medibles, lo que quiere decir, palabras más, palabras menos, que no sirven. Lo que no se cuantifica no aplica. Me recuerda mis lejanos presupuestos de marketing: como no era medible la inversión en una marca se consideraba gasto. Así que ahora quieren que entendamos que los alumnos van a aprender a ser buenas personas (claro, baste ver el ejemplo que tienen los niños a su alrededor, ya no digamos en pantallas), porque esa fue la intención de este nuevo programa. Pero ya se sabe, de buenas intenciones están llenos los panteones. 

Hablamos entonces de analfabetismo funcional que en términos generales, es la incapacidad de utilizar los aprendizajes de lectura, escritura y cálculo básico para la vida real. Sí, sabemos leer (obvioooo), pero no comprendemos lo que leemos. Los 140 caracteres nos han inhabilitado para captar “la sustancia” de párrafos enteros, de sus mensajes subyacentes. Al mismo tiempo, la inmediatez del bombardeo de mensajes breves (en texto, imágenes o video) nos ha hecho creer que sabemos distinguir un huevo de una papaya y creemos que captamos todos los mensajes subliminales (como seguramente sí lo hace nuestra mente) y por eso tomamos partido, hoy que la polarización es lo único que pareciera definirnos. Porque resulta más cómodo quedarnos en el lugar que nos asignan que cuestionar cómo llegamos a alguna esquina. O si queríamos estar en una esquina, en un polo. Esto no lo cuestionamos. Porque para eso, necesitamos comprender lo que leemos, lo que quiere decir, lo que significan esas palabras a las que damos click, leyéndolas sin leerlas. Nuestra mente es selectiva y nuestro dedo ha aprendido a serlo también. 

Confieso que desconozco el espíritu de la Nueva Escuela Mexicana, pero sí conozco los libros de texto de sexto grado de primaria. Sí, contienen información útil. Sí, se elaboraron bajo un esquema de adoctrinamiento. Pero ¿qué libros no? Desde la presidencia del general Lázaro Cárdenas la escuela pública y su engendro, el libro de texto gratuito, obedecían una línea, una servía a los intereses del grupo en el poder. Eso no ha cambiado. Lo que ha cambiado es el interés en el resultado. Nos hace falta un Vasconcelos (con sus defectos, incluso). Nos hace falta una revolución educativa, una que prime no solo el acceso sino una educación elemental para todos, no únicamente para los niños. Hay quienes estudian, por gusto o necesidad, a lo largo de su vida, pero necesitan la infraestructura para conseguirlo. 

¿Cuántos adultos, jubilados, desearían haber terminado la secundaria, una carrera? ¿Descubrir una pasión en alguna de las materias de esas que pasamos de noche y que tal vez alguna nos levantó la curiosidad un dedo del suelo? Quizá algún mayor de edad o de la tercera edad querría saber de geografía, de literatura, de volcanes, de barcos hundidos, de piratas y de Alejandro Magno. Tal vez alguno habría sido un gran arquitecto o ingeniero. La vida les pasó por encima y debieron trabajar tal vez, sin terminar siquiera la primaria, la llamada educación básica. Sí, el futuro son los niños y deberían ser prioridad, pero también nuestros ancianos, porque no hemos roto el círculo de analfabetismo, tampoco el funcional. 

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@monhermos

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