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Por Mónica Hernández

El movimiento Curvy comenzó hace unos años y las casas de moda no tardaron en incorporar, como Barbie, la diversidad en sus modelos, de piel y de tela, para mostrarnos que no hay un tipo de mujer y menos, un solo cuerpo de mujer. Tampoco de mujer deseable. Las curvas se volvieron positivas y saludables, lo mismo que la diversidad. Hay mujeres altas, bajas, rubias, morenas, de ojos azules, verdes, negros, cafés y los tonos de en medio (como yo, que ni café ni rojo, sino un naranja diabólico). Hay mujeres con cuerpo de “8”, con cuerpo de “H”, con cuerpo de “I”, de manzana, de pera, de guitarra, de guitarrón. Las hay con trasero, sin trasero, con pechos y sin ellos. Para regocijo mundial, la moda saludable, aquel motto francés del “être bien dans sa peau” se volvió verdadero para todas: estar bien en tu piel, querer tu pellejo como a nadie en el mundo.

Pero no. En la última década las casas de moda, las revistas, las pasarelas y todo el mundo relacionado con la moda ha ido dejando esa diversidad en una esquina, cada vez más alejada del centro, del foco, para regresar a la imagen estereotipada de una mujer joven, delgadísima y supuestamente saludable. No que no existan, pero en general, la mayoría de las mujeres saludables no son esqueletos ambulantes como los que aparecen en las páginas de ropa. Por no tener, no tienen trasero, ni cadera, ni pechos y según se sabe, tampoco tienen la regla. Muestran cada costilla por encima de la ropa cut-out y de las transparencias y también un hueco entre los muslos, a la altura de la pelvis. Las que no lo tienen (el hueco) de manera natural, se realizan operaciones para eliminar la grasa de los muslos para tener ese deseado “thigh gap”, algo así como un certificado de flaquez.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.