Por Mónica Hernández Mosiño
Pocas veces se presenta oportunidades en la vida como la que se me ofreció, por medio de una cadena de brujas (sí, esas que hacen magia, entre otro montón de cosas) y llegó hasta mí: la de conocer “en persona” (vía pantalla) a una escritora que si bien admiraba hace muchos años a través de sus letras, tuve la ocasión de admirarla más como persona, ahora por sus palabras. Vivan los “Zoom & Greet” que florecieron a raíz de la pandemia y que llegaron para quedarse. Me interesaron algunas preguntas estrictamente literarias, pero eso no fue lo más impactante de todo lo que alcanzó a decirnos.
De Liz Gilbert se conoce su fecha y lugar de nacimiento, su trayectoria como periodista (que no reportera, como específicamente aclaró) y sobre todo, por su libro Comer, rezar, amar, un best-seller mundial que enamoró entre millones de mujeres, a la actriz Julia Roberts y que la llevó a la pantalla grande. Leyendo su libro uno puede llegar a conocerla mejor, puesto que un escritor se vuelca, se vacía de adentro hacia afuera cuando escribe. Leyendo a Liz se puede decir que la persona debajo de la piel de escritora es apasionada, intensa y firme, lo mismo que muy sensible, profunda y espiritual. Sabemos que lo que narra en el libro fue su propia experiencia de vida y que la mirada de la protagonista de la historia es la de la escritora. Por eso la cercanía, por eso la intimidad que los lectores encuentran en ella. Por eso el mensaje de que lo mejor que puedes hacer con tu vida es trabajar en tu mente, porque de lo que ahí sale depende todo lo demás, se volvió universal. Tus reacciones son la materia con lo que está hecha la espiritualidad y lo dicen todas las grandes religiones y caminos espirituales.
¿Qué tiene de especial? Liz Gilbert tenía una vida que incluía un marido, una casa, una profesión bien pagada. Pero quería más. Algo más. Quería esa vida interior que todos los seres humanos buscamos en la vida, antes o después. El camino es personal, individual e intransferible, aunque es más agradable si se comparte con alguien, ya sea pareja, hijos, amigos o un gurú.
A mí su vida me parece fascinante, por inusual. Es una mujer de mi edad, de mi generación y las cosas que cuenta de cómo era la sociedad cuando era (éramos) jóvenes (más jóvenes, porque la edad es un número a medida que añades más buenos deseos que velas a un pastel) las conocí de primera mano y a mí y muchas otras no nos suenan a anécdota. Solo nos remiten a abrir el cajón del año correspondiente dentro de la memoria para decir “Sí, así era. Yo estuve ahí”. Si, era ilegal querer ser libres (ojo: estamos hablando de los años 80’s y 90’s del siglo pasado, no de la Edad Media). Dejar al marido por querer algo más que la rutina no era una razón válida de divorcio. Lo mismo con el trabajo, en una época en que la gente conseguía uno y se quedaba en él hasta jubilarse. Vender tu casa, dejar tu país, tus amigos, tu familia y toda la comodidad de una vida predecible era un delito. ¡Ah! Y la culpa. La culpa merece un capítulo aparte.
Sí, las mujeres crecimos con culpa: culpa por pedir mejor salario, por pedir la libertad, por amar a quien el corazón elija (la Liz del libro, lo mismo que la Liz de la vida real, se enamoró de otro hombre al final de aquella historia y de aquel viaje, para dejarlos atrás a ambos unos años más adelante. La Liz de la vida real se enamoró de su mejor amiga, a la que acompañó hasta el último día, porque también la acompañó a morir en enero de 2018). La vida, como la obra de Liz, es extraordinaria y eso la ha llevado a ser una persona fuera de lo ordinario. Es una mujer que si bien debe luchar con sus propios demonios a diario, sale triunfadora en la mayoría de los casos, porque aclara que el propósito de su vida es estar en paz, encontrar la serenidad en medio del estrés, de la ansiedad, del miedo, del dolor. Un ser humano que busca su centro de manera consciente y continua. Yo me quito el sombrero, le hago caravana, le hago una paella. Intentarlo siquiera es agotador, aunque la recompensa compensa el esfuerzo.
La culpa de no querer tener hijos nunca, de manera consciente. Incomprensible para los demás. La culpa por tener malas ideas, la culpa por no querer nunca más agradar a los demás, la culpa de hacer sentir bien a todos los que nos rodean. La culpa por no ser modesta. La culpa por hacer lo que se desea, la culpa por vestirse como le place, la culpa de ser agresiva (social y financieramente hablando). La culpa del miedo al éxito, la culpa del perfeccionismo. La culpa por ser quién se es y no pedir perdón por ello. Sacudirse la culpa es en ella un ejercicio perfeccionado y desde luego, inspirador. Las mujeres nacimos con la culpa de ser mujeres y crecemos con la culpa de convertirnos en una. Sacudirse la culpa sin culpa es ahora una obligación para nosotras y para las que nos siguen.
Ese fue tal vez el mensaje más grande que yo atrapé, con el que me quedé de entre todo lo que dijo. Que si una mujer inspira a una sola mujer significa que estás haciendo tu trabajo. Dado que las mujeres no hemos tenido -ni nos hemos dado- permiso de ser libres, ver y escuchar a una que ha roto ese techo de cristal, ese molde, ciertamente resulta inspirador. Y ojo: la libertad tiene un significado distinto para cada una. Porque tampoco hay un molde de una sola talla para todas las mujeres. ¿A qué suena fácil? Desde luego, no lo es.
Liz Gilbert estará en México mañana y hay que ir a escucharla. No por ser la autora de un best-seller, que ya es motivo suficiente. Hay que escucharla en vivo porque pocas veces en la vida uno encuentra una fuente de inspiración no ya literaria, sino de vida.
Elizabeth Gilbert estará este miércoles 25 de octubre de 2023 en el Auditorio BlackBerry en la Ciudad de México. Si no tienen sus boletos, tenemos una promoción especial de suscripción a Opinión 51 + boleto para ver Liz, solamente vigente este martes 24 de octubre de 2023.