Por Mónica Hernández
El título se me apareció por similitud a la maldita primavera, canción que pasó a la historia por aparecer en el catálogo del karaoke. La inspiración viene de la necesidad imperiosa que tenemos todos en esta época por ser felices, por festejar, por enviar buenos deseos a cada persona con quien nos topamos, al universo en general.
Sí, es la semana en que abrimos la agenda del 2024 y comenzamos a anotar pendientes, con nuestra mejor letra. Estamos programados para un nuevo ciclo, a pesar de que apenas comenzará el invierno, esa época de hibernar, de guardar y descansar que los animales tienen programado en su chip primitivo. Pero sabemos que el tiempo no existe, que es un continuo, que tan solo lo marcamos para tener algo de estabilidad dentro del caos que es en realidad el universo y de lo efímeros que somos.
Ahora bien, esta estabilidad se ha roto para todos en algún momento de nuestra vida. Este domingo pasado, para dos familias, una muy querida y otra muy apreciada. Ambas cercanas. En cada familia murió un familiar y el lunes estuvimos acompañando a los deudos, a los dolientes. No puedo evitar pensar en la navidad y la nochevieja que pasarán, solos, sin su ser amado. Este año será la maldita navidad de mi amiga que perdió a su esposo hace dos meses, dejando una viuda y dos huérfanos. No me quiero imaginar la tristeza de la silla vacía, pero inevitablemente me remite al año que murió mi madre. Ese año no quería poner árbol, no puse villancicos, no hice galletas ni fruit-cakes, porque hasta el año inmediato anterior lo había hecho con ella, con mi madre, con sus recetas, en su cocina. Con sus anécdotas, con sus risas, con sus confidencias. Aquel año fue mi maldita navidad y aunque han pasado quince años, no hay fiesta que no la recuerde, no hay navidad que me siente a la mesa con algo de lo que me dejó (unos aretes, un collar, una pulsera, junto con su alegría por tener un año más de vida). Este año será la maldita navidad de mi esposo, puesto que es el primero que no está mi suegra. Mi hija se ha quedado sin abuelas, sin esas raíces de su árbol genealógico que significan tanto para el desarrollo de las personas.
También serán las malditas navidades para tantas y tantas familias, no solo por haber perdido a un ser querido, sino por haber perdido la inocencia, la dignidad. Me vienen a la mente los padres de los jóvenes de Salvatierra, los de Michoacán, los de Jalisco, los de Ayotzinapa. También las madres de los soldados de Ucrania, y las madres, los padres y los huérfanos de Israel y de Palestina, que ni festejan ni festejarán. Serán malditas navidades para quienes perdieron el empleo, para quienes dejaron su casa y su tierra, para quienes están en la cárcel y para quienes temen por su vida. Pero sobretodo, para quienes perdieron la ilusión. Las fiestas de diciembre significan una pausa, que originalmente era espiritual y se ha convertido en comercial, para la humanidad. Hasta la programación de las cadenas de televisión se toman un respiro, con lo mejor y lo peor del año.
Dice la tanatóloga que está bien estar molesto, que no es necesario pasar por feliz ante los demás. Que es más sano sentirse como se quiera, pero sin culpa. Entre otras programaciones, estamos todos conectados al chip de la culpa. Así que si en estas fiestas no tienes ganas de felicitar a nadie, de parecer feliz, de ser festivo, no solo estás en tu derecho, sino que será lo mejor para ti. Te deseo plenitud en tu descontento. Pero la que sabe también me dice que el cuerpo reacciona con salud cuando se sonríe, cuando se agradece, cuando se canta y se abraza, porque hasta la composición química se altera dentro del cuerpo. Ya se sabe, la amargura enferma y la risa cura. Tal vez, en medio de estas fiestas sea el momento de abrazarse con alguien y brindar. Mi deseo es que cada quien pase unas muy felices malditas navidades.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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