Document
Por Mónica Hernández

Llegó el día de sacudirnos la apatía, desempolvar las buenas intenciones y traducirlas en una acción intrínseca, poderosamente íntima y al mismo tiempo, que nos hermana con nuestros connacionales. Llegó el día de la marcha, al zócalo de la ciudad de México, a las plazas de todo el territorio mexicano, incluyendo embajadas y consulados repartidos por el mundo. El celular explota con imágenes de muchos amigos que no han dudado en salir a la calle y hacerse escuchar. Es lo que nos une, más que aquello que nos separa lo que nos empuja a hacernos presentes.

Solo que no cada mexicano que lo desea (no es una obligación pero sí un derecho inalienable el que se ejerció ayer domingo 26 de febrero) puede hacerlo. Hoy me tocó marchar en silencio, desde mi trinchera: tengo una hija enferma a la que me toca cuidar. Desde luego no la puedo sacar al sol y menos correr el riesgo de que empeore. Hoy soy mamá antes que patriota, porque así es como me siento, un par de días después que se izara mi bandera por todo el país.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.