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Por Mónica Hernández

Si crees que el sexo débil solo cocinaba, rezaba y paseaba durante esa época oscura y desconocida, nombrada Virreinato de la Nueva España, déjame te presento a una que manipulaba una máquina de media tonelada de peso, un invento que revolucionó el mundo como lo conocían hasta el siglo XV. Paula de Benavides dominaba una imprenta y para ello, no sólo manejaba la palanca, aplicaba las planchas de madera y colocaba los tipos, letra a letra, en los cajones, sino que les aplicaba la tinta, acomodaba las hojas, las entintaba, las colgaba y las ponía a secar. También hacía correcciones y de alguna manera editaba lo que se imprimía en la calle de San Agustín, número 6, cuando todo lo que se escribía se hacía en latín. Así que estamos hablando de una mujer culta, preparada y que tenía un oficio, un trabajo, una “habitación propia” a la que le sacó mucho jugo.

De Paula de Benavides no se sabe casi nada, excepto que su nombre sigue impreso (varios siglos después) en muchos documentos que vieron la luz entre 1640 y 1683, aproximadamente. Se conoce que nació en la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de México y que se casó con un impresor autorizado (por el rey y desde España) llamado Bernardo Calderón. Se sabe que enviudó muy joven (alrededor de 30 años) y se quedó con seis hijos menores de edad: cuatro varones y dos mujeres. Así que además de llevar la casa (y lo que implicaba una propiedad con seis hijos, personal doméstico y huerto) se dedicó a imprimir y a comerciar con libros en una especie de librería.

No se lo pusieron fácil: nada más enviudar, los impresores -varones- del gremio le intentaron arrebatar los contratos que ya tenía su difunto marido y que le había “heredado” (las mujeres no podían heredar nada, pero sí existía una figura legal que les permitía conservar bienes y propiedades hasta que un hijo llegara a la mayoría de edad, lo cual tampoco era común). Pero Paula, con pericia y sobretodo, con una discreción que ha llegado intacta al siglo XXI, supo mantener los contactos en cuanta oficina administrativa se requiriera: el cabildo, el ayuntamiento, la iglesia y la temida Santa Inquisición. De tal manera que no sólo mantuvo los contratos asignados al fallecido, sino que los acrecentó con el paso de los años, al grado que fundó una dinastía de impresores que se mantendría durante algo más de 150 años y que se perdería hacia finales del siglo XVIII. Por sus talleres pasaron los textos de Palafox, de Sigüenza y Góngora, de Sor Juana, del obispo Manuel de Santa Cruz. La de la viuda de Calderón también se convirtió en la imprenta de confianza del Santo Oficio. No había oda, misal, catecismo, arco triunfal, poema o libro que no pasara por sus manos y después por las de sus descendientes (sí: su hija María, sus nueras y sus nietas y bisnietas también se dedicaron a imprimir).

¿Por qué me gusta Paula de Benavides? Porque es una desconocida a la que hay que sacar de debajo del tapete, hay que desempolvar su hazaña. Es un ejemplo de esas mujeres inteligentes que no podían decir lo listas que eran, pero lo demostraron y su trabajo existe y se puede consultar. A pesar de no ser la primera, si fue la más importante de las impresoras novohispanas e incluso, de todo el continente Americano (mejor conocidas como las viudas impresoras, porque la mayoría, que no todas, fueron viudas las que se quedaron a cargo de las imprentas). En el año 2011 Conaculta creó el Premio Paula Benavides al libro animado e interactivo con el propósito de incentivar la creación literaria digital, que pasó a llamarse Premio Internacional del Libro  Animado Interactivo en Español.

¿Conocías su historia?

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@monhermos

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