Por Mónica Hernández Mosiño, escritora y columnista; autora de La Cofradía de las Viudas y Las Perlas Malditas del Almirante.
Resulta paradójico, si no resultara cruel, que es el AMOR la raíz de las violencias de género que vivimos/sufrimos/padecemos en la sociedad. Es una tragedia que sea el amor de los padres y las madres hacia sus hijos el que engendra las diferencias estereotipadas con las que crecemos en este país.
Recién tuve la oportunidad de conversar con una amiga de mi edad, ergo, de mi generación. Entre otro montón de temas llegamos al que definió nuestras vidas: la diferencia en la educación que se da por géneros. Mi amiga me resumió su historia: en su casa nacieron dos niñas y después el hermano, el deseado, el que llevaría el apellido a la siguiente generación. Ambas hermanas estudiaron en colegio religioso exclusivo para mujeres y el hermano en una escuela laica y mixta. Los deportes también los separaron desde pequeños: el varón desarrolló la competitividad en distintos deportes, a la par que desarrolló las habilidades que conllevan los torneos escolares, nacionales e internacionales de fútbol. Lo mismo con el compañerismo, la tolerancia a la frustración, la resiliencia y todas esas aptitudes que se aprenden practicándolas y que en los deportes se aprenden de manera natural u orgánica, que se diría hoy. Las hermanas no se perdieron clases de actividades femeninas, encaminadas a ser gráciles, bien portadas, mejor intencionadas y educadas para ser las damas del futuro (ese que ya es un hoy y en algunos años, será un ayer). Personalmente, recuerdo un curso para señoritas que se daba en las tiendas del Palacio de Hierro, donde enseñaban a limpiar almohadas, edredones, hacer arreglos florales, el largo adecuado de las uñas y color para la manicura. Hasta sesiones de protocolo daban. Ni hablemos de sentado y caminado con tacones. Capítulo aparte merecen las clases y sermones familiares acerca de la virginidad y el honor y el largo de la falda, que las hermanas escucharon hasta dejarlos de oír.
A la familia de mi amiga, como a todo México en cierta época, le llegó la crisis. Las familias biparentales eran casi todas dependientes del salario del padre (la madre trabajaba en el hogar y en asuntos de beneficencia). Los padres, preocupados por el futuro de sus hijos, tomaron decisiones amorosas y difíciles, sin perder de vista las opciones que tendrían los tres hijos, desde su visión familiar. Por fortuna, la primera hija tenía novio que pasaba en coche por ella, además de tarjeta de crédito. Aquello se decía era ser “gente de bien”. Se priorizó al hijo, animándole a estudiar y a aprobar con excelencia cuanta actividad se le pudo proporcionar, además de la colegiatura de una universidad privada, coche y tarjetas de crédito. También recibió sesiones de manejo financiero, de inversiones y hasta de la bolsa de valores. El “problema” resultó ser mi amiga, la de en medio. Rebelde y difícil, por querer lo que recibía el hermano (el coche, la tarjeta, el horario extendido de salidas nocturnas, las clases extra, permiso para beber). Dolor de cabeza para sus padres, porque se empeñó en estudiar (excelente alumna, aunque fuera por llevarle la contra a los padres), no tuvo novio que la llevara y trajera y menos tarjetas para pagar sus salidas. La difícil se hizo independiente.
Adelantamos unos años y encontramos al hermano casado por necesidad (el nieto venía en camino). Supongo que a él no lo alcanzaron las charlas sobre cuidados sexuales, como a las hermanas ni tampoco a la novia, que no tuvo más remedio que dedicarse a cuidar a su familia. Hoy es un exitoso hombre de negocios, con un networking saludable y profundo. La hermana mayor se casó con el novio que le pagaba las salidas y también se dedica a su familia. Mi amiga se casó tarde (para el estándar), tuvo tres hijos pero su necesidad de trabajar y continuar con su profesión se interpusieron en su relación y se divorció cuando el más pequeño tenía dos años. Ha sido trabajadora incansable pero incompleta (nunca se pudo unir a los after con los compañeros después del horario de trabajo) y se tuvo que partir en cuatro para atender a sus tres hijos y sus actividades infantiles y juveniles, además de atenderse ella. Ahora que los hijos van creciendo se reúne con amigas, va de viaje y mantiene su casa. Sola. Madre soltera, trabajadora, emprendedora y mil cualidades más. Sobra decir que es una mujer como tantas otras en este país, lo que la hace una más, una de la estadística. Pero al mismo tiempo, única y admirable. A cada una de ellas le entrego mi más sincera felicitación, por valientes, por echadas pa’ lante, por no dejarse de nada ni de nadie, por no victimizarse ni por ellas mismas. Por creer en sus talentos y en sus ganas. Saberse una más no lo hace fácil, pero no se arredra.
No hay resentimiento para los padres y menos porque al hacerse viejos y requerir de nuestros cuidados, el rencor no tiene lugar. No digo que ser padre sea fácil y que exista un manual para saber siquiera qué harán los hijos con sus vidas. Al final, a los padres se les reconoce que hicieron lo que pudieron con lo que tenían a mano y como mejor lo entendieron, porque lo hicieron desde el amor. Tampoco diré que las épocas no han cambiado. Pero necesitamos cambiar desde ya la educación de nuestros hijos. No tengo nada en contra de la religión (de ninguna), pero sí creo en los colegios donde conviven niños y niñas desde chicos, porque en el mundo de allá afuera hay que convivir con hombres y mujeres y personalmente, creo que empezar desde la primera infancia da ciertas ventajas. Yo metería mano en el programa de educación básica de la SEP: clases de finanzas básicas: tasa de interés, ahorro y hasta manejo de tarjetas de débito y crédito (a llenar cheques ya no hace falta, afortunadamente). Clases de limpieza, lavado de platos, tendido de camas. Clases de cambiado de llantas y rellenado de aceite en el depósito. Y tal vez la más necesaria hoy en día en este país: regresaría Civismo como materia obligatoria, con libro de texto gratuito incluido. Ni las habilidades ni las responsabilidades y menos aún las enseñanzas entienden de géneros. Entendámoslo de una vez.
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