Por Natalia Calero
En los últimos años, hemos atestiguado el recrudecimiento de reacciones adversas hacia los movimientos feministas. A medida que éstos —en su diversidad— han ganado visibilidad y fuerza, también han surgido discursos de resistencia que buscan desacreditar sus avances. Esta tensión no es nueva, pero se ha intensificado recientemente, por lo que vale la pena resaltar su utilidad.
La mirada feminista con perspectiva interseccional tiene un impacto profundamente positivo en las infancias y en las adolescencias. No solo porque la igualdad de género es esencial para construir sociedades prósperas, igualitarias y sostenibles, sino porque contribuye directamente al bienestar y desarrollo infantil y adolescente. Sociedades más igualitarias promueven entornos más seguros, favorecen el crecimiento económico y, fundamentalmente, mejoran la calidad de las relaciones interpersonales desde la niñez.
El reconocer que la crianza y la educación basadas en la igualdad benefician a niñas, niños y adolescentes por igual es dar un paso decisivo hacia un tejido social más igualitario, sólido y compasivo.
Hoy, además, enfrentamos nuevos retos. La forma en que las infancias y adolescencias crean y establecen relaciones, así como los nuevos espacios de interacción que existen —como lo son los virtuales— plantean desafíos urgentes. En primer lugar, urge repensar cómo las y los jóvenes aprenden a relacionarse y a convivir, y cómo promover masculinidades no hegemónicas que rompan con los patrones de dominio y agresión tradicionales. En segundo lugar, necesitamos entender cómo construir espacios virtuales libres de violencia, con la comprensión plena de que las agresiones en línea tienen consecuencias reales y duraderas.
Las infancias y las adolescencias están aprendiendo a relacionarse en un entorno donde, como decía al principio, hay avances claros en cuanto a igualdad de género, pero donde también las reacciones adversas a estos movimientos son evidentes. Las jóvenes cada vez más reconocen los sistemas de opresión que limitan sus derechos —en específico el sistema patriarcal— y se muestran combativas con él y reacias a aceptar el estatus quo.
Los hombres jóvenes, si bien viven también en un contexto de mayor igualdad que en la que vivieron sus padres, fueron criados por éstos y siguen siendo testigos de la pulsión estructural sexista que afirma que los hombres cisgénero, heterosexuales, blancos y de cierto ingreso ejercen un dominio sobre los otros. Esto los pone en una situación en donde, de no tener una guía sobre cómo ejercer masculinidades no hegemónicas, no violentas y más compasivas, no podrán ser los agentes de cambio necesarios en pro de sociedades más igualitarias. Lo que, además, los confrontará de manera encarnizada con aquellas mujeres jóvenes que no están dispuestas a seguir siendo violentadas por el hecho de ser mujeres.
La incorporación de los feminismos interseccionales y de la perspectiva de género es indispensable para abordar de manera efectiva los temas relacionados con las infancias y las adolescencias, porque nos permiten ver más allá de los enfoques tradicionales que han perpetuado las desigualdades y normalizado las violencias.
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