Por Nayeli Roldán

En México, mientras cinco de cada 10 personas vivían en pobreza, sus gobernantes tenían lujos pagados con recursos públicos. Vicente Fox, por ejemplo, compró toallas de 400 dólares. Enrique Peña Nieto viajó a París con una comitiva de 141 personas y se hospedó en una suite de 279 000 pesos por noche. ¿A quién no le indignaban esos privilegios?

Andrés Manuel López Obrador hizo eco del encono social ante esos excesos y, en su camino a la presidencia, repitió una frase casi como un mantra: «No puede haber gobierno rico con pueblo pobre».

Apenas inició su sexenio, convirtió el mantra en política pública. La Ley Federal de Austeridad Republicana fue una de sus primeras acciones y, aún al final de su gobierno, la enlistaba como uno de sus principales logros.

Por mandato, la clase política estuvo obligada a aplicar su filosofía de «vivir en la justa medianía». Bajo esta ley, se acabaron los servicios de choferes y chefs, los viajes en primera clase y los aviones privados con cargo al erario.

Pero no fue lo único.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.