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Por Nelly Segura
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En el estudio clásico de Max Weber, El político y el científico, se dibujan dos caminos: el de la búsqueda de la verdad y el del poder. La carrera de Claudia Sheinbaum rompe con esta dicotomía, entrelazando ciencia y política en una trayectoria que desafía las nociones tradicionales de liderazgo. Como la primera mujer presidenta de México, Sheinbaum representa una convergencia única de rigor académico y voluntad de poder, una fusión de la objetividad científica con la urgencia política.

En un caso rarísimo, la historia de Sheinbaum comienza en los laboratorios y, a la par, en los movimientos sociales que nacen en las aulas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Física y ambientalista de formación, su vida académica parecía, en un inicio, alejada de la arena política. Su compromiso con el análisis riguroso, la resolución de problemas y la búsqueda incansable de respuestas la proyectaban como una científica dedicada al entendimiento profundo de los fenómenos naturales y urbanos. Parecía distante de las tácticas y compromisos del poder. Sin embargo, el poder la encontró.

Como reportera, siempre la observaba. Su cadena con el símbolo infinito, sus tenis de los domingos, su voz, la transición de su peinado, lo amable que siempre era con su equipo y lo dura que podía ser con una sola mirada. Estuve muy cerca de ella desde el inicio de su campaña para la jefatura de gobierno, una vez que asumió el cargo y ya como jefa de gobierno.

Sheinbaum siempre exhibió una disciplina científica: puntual, analítica y muy seria, pero también con la rigidez que caracteriza a ciertos políticos en busca de control. Recuerdo cuando se mostró especialmente dura y casi displicente ante la prensa, un rasgo que quizás encajaba con la definición weberiana de un político que sabe que la responsabilidad de gobernar implica decisiones impopulares. Este temple fue evidente en su manejo de crisis, como la tragedia de la Línea 12 del metro, donde la dureza de sus respuestas contradecía la simpatía que solía proyectar en otros momentos (y no era para menos).

Por otro lado, la sobriedad y el buen gusto siempre han sido características de Sheinbaum, evidentes en los pequeños detalles de su gestión. Recuerdo su primera Navidad como jefa de gobierno, cuando, en lugar de optar por la parafernalia y el horror que representa la instalación de una pista de hielo en el Zócalo, decidió colocar 12 mil flores de nochebuena, transformando la plaza más importante del país en un jardín. Aquella decisión, más allá de lo estético, tenía un profundo simbolismo prehispánico que subrayaba su visión del espacio público como un lugar de identidad y respeto hacia las raíces culturales de la nación.

Sheinbaum no solo es capaz de demostrar esa "dureza", sino que también tiene un lado más ligero, uno que la humaniza. Durante su gestión como jefa de gobierno, en momentos de menor tensión, se la podía ver riendo, mostrando un buen humor que sorprendía a quienes la conocíamos solo por su figura seria y técnica.

En un fin de año, Sheinbaum me sorprendió: me dijo que le fascinaban las novelas sórdidas, especialmente aquellas que retratan las complejidades urbanas. Pensé que sus gustos estarían más apegados a las revistas científicas. Tal vez, para ella, gobernar la Ciudad de México era como ser protagonista de una de esas novelas escandalosas. Quizás estas lecturas, que son espejo de la capital y sus múltiples realidades, alimentan su visión de la política: como un espacio imperfecto, contradictorio y lleno de sombras, pero también de oportunidades para la transformación.

La trayectoria de Claudia Sheinbaum es también una continuación del legado político de Andrés Manuel López Obrador. Ambos comparten una visión de país que aboga por los más desfavorecidos, un proyecto que coloca a la justicia social como eje. Sin embargo, mientras AMLO es pura retórica combativa, Sheinbaum parece aplicar la precisión científica a la política, calculando cada decisión con el rigor de un experimento controlado. Al observar su paso por la presidencia, veremos si esta metodología híbrida entre ciencia y política, entre la verdad y el poder, le permite consolidar su lugar en la historia de México.

De lo que no cabe duda es que su presidencia, bajo la influencia de su predecesor y mentor político, redefine la tradición presidencial mexicana. Con un pie en el legado de López Obrador y otro en sus propias convicciones como académica y funcionaria, Claudia Sheinbaum será un referente tanto en el ámbito de la política como en el análisis de liderazgo desde la perspectiva weberiana.


Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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