Por Nelly Segura
La Ciudad de México ha tenido, en su época moderna, espacios de recreación administrados por el gobierno con el objetivo de ser puntos de reunión para la sociedad: lugares donde se aprenda un oficio, se tome algún taller artístico, cultural o deportivo. Así, hemos transitado desde los años 70 y 80 por las Escuelas de Artes y Oficios, los Centros de Barrio, hasta llegar a los FAROS en el nuevo milenio. Aunque en su momento fueron novedosos, ninguno ha tenido verdadera trascendencia. Quizá una de las razones es la falta de continuidad.
Sabemos de sobra que en México, cada vez que llega un nuevo gobernante, se aplica la política del “borrón y cuenta nueva”. Cada uno pretende deslumbrar con sus grandes ideas (aunque no sean más que refritos de proyectos anteriores o, en el mejor de los casos, copias mal adaptadas de modelos extranjeros). Qué importa si no se ajustan a la realidad mexicana. Lo esencial es el relumbrón, no quedarse atrás… y de paso, “justificar” una nueva inversión de recursos públicos.
Los gobernantes mexicanos rara vez dan marcha atrás en su soberbia. Jamás voltean a ver lo que se hizo antes, ya sea por diferencias políticas o simplemente por dejar “su huella” a cualquier costo. Incluso si eso implica desmantelar lo que sí funciona.
Recuerdo que, durante su campaña a la Jefatura de Gobierno, la hoy presidenta Claudia Sheinbaum buscaba afanosamente un nombre para su idea. Finalmente, se decidió por el rebuscado acrónimo PILARES: Puntos de Innovación, Libertad, Arte, Educación y Saberes. En algunos casos, los colocó en instalaciones ya existentes, desplazando a quienes estaban ahí, sin importar si se trataba de módulos policiacos o salones usados por profesores sexagenarios. La ciudad fue inundada con enormes letreros coloridos, y luego guindas. Pero el entusiasmo inicial se fue diluyendo. Hoy, sobre esos PILARES pesan acusaciones —principalmente de profesores y talleristas— de explotación, ausencia de prestaciones y nulo reconocimiento laboral. El Gobierno de la Ciudad de México se lava las manos argumentando que no son trabajadores, sino simples “prestadores de servicios” o becarios. Si un día amanecen con dolor de muela, no hay seguridad social ni derechos laborales que los respalden.
Clara Brugada, desde su paso como alcaldesa en Iztapalapa, instauró sus propias “Utopías”. Lo mismo que los anteriores, pero con un ingrediente adicional: grandilocuencia. A diferencia de Sheinbaum, Brugada no se conforma con aprovechar salones existentes. Ella construye. Incluso un barco (literalmente), entre muchas otras estructuras. Nunca pasó por su mente dar continuidad a los PILARES, Centros de Barrio o FAROS. Ella quiere imponer su propio estilo. Por cierto, mientras Sheinbaum al menos tenía marcada una política de austeridad, con Brugada esa palabra parece haber desaparecido del vocabulario institucional.
En Iztapalapa, sus Utopías tuvieron eco. Esta demarcación, con 1.8 millones de habitantes, según el INEGI, fue señalada en la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del primer trimestre de 2025 como la alcaldía con el mayor índice de percepción de inseguridad. Allá, las Utopías fueron bien recibidas. Era evidente que la población requería espacios así.
Pero ya como Jefa de Gobierno, Brugada prometió construir 100 Utopías en toda la capital. ¿Dónde? Eso da igual. Y para muestra, algunos casos:
Xochimilco: el ecoturismo que no pidió nadie
En Xochimilco, el proyecto se pretende imponer sobre campos deportivos y áreas verdes activas. No abandonadas, como aseguran las autoridades. Activas. Llenas de vida. Usadas por niños, jóvenes, familias, comerciantes. Y como si fuera poco, se planea una chinampa artificial (en lugar de mejorar los embarcaderos ya existentes) para paseos turísticos… gratuitos. Para el FIFA Fan Fest, claro está. Porque lo “ecoturístico” no es para los pueblos originarios, sino para los visitantes. Todo esto sin una sola consulta pública.
“Estamos a favor del bienestar, pero no a costa de destruir lo que ya funciona”, dicen los vecinos. Clara no escucha. O peor: escucha, pero descalifica, acusando de conservadores a quienes se oponen.
Álvaro Obregón: la memoria que molesta
Apenas en la administración pasada se invirtieron más de 30 millones de pesos en el Parque Japón. Por ello, algunos vecinos propusieron que la Utopía se destinara a una colonia con verdaderas carencias de infraestructura. Clara Brugada, en lugar de escuchar, respondió que los opositores eran “clasistas”. No, señora. Le están diciendo que acaban de gastar millones y que el parque está en buen estado.
Aunque en un primer momento aceptó el cambio, en una conferencia posterior aseguró que el proyecto no se ha cancelado. Si a usted no le gusta tirar el dinero, a Clara parece que sí… y con entusiasmo.
Cuajimalpa: el caso más descarado
Mi tierra. Y mi caso favorito.
San Pedro Cuajimalpa está a 2,600 metros sobre el nivel del mar. Quizá por eso, por el frío o por la distancia, siempre ha sido rezagado por los programas sociales. Pero para esta Utopía, el derroche fue sin medida a pesar de que ni siquiera parece que hayan hecho un scouting básico.
El proyecto —ya terminado en planos— incluye teatro, foro al aire libre, museo, biblioteca y alberca. El descaro es bárbaro. A unos metros de ahí ya existe un teatro, un foro al aire libre construido hace un año con un costo de 14 millones de pesos, una biblioteca… y al menos siete albercas públicas en las inmediaciones. Una de ellas, la de Tinajas, tiene tan baja afluencia que se ha considerado cerrarla. La de Chamixto se convirtió en un gimnasio de box.
La construcción de un edificio moderno de cuatro pisos rompe completamente con la cosmovisión identitaria del lugar: casas de adobe, conservadas con esmero por sus habitantes; una parroquia que ha sido, por siglos, el edificio más relevante del pueblo. Además, se planea usar o expropiar terrenos que fueron donados por los antepasados de los mismos pobladores, quienes se despojaron de sus casas o fueron reubicados para crear canchas y jardines comunitarios.
El proyecto ignora completamente las tradiciones. Ni siquiera contempla un salón de usos múltiples (había dos en el deportivo Morelos pero los quitaron) para las fiestas del pueblo o festejos sociales o regaderas para los peregrinos, pese a que el pueblo recibe la segunda peregrinación más importante del país. Además, tapará el paso de la portada de la iglesia.
En otro módulo se pretende construir sobre la Casa Comunitaria, que fue el primer kínder de la comunidad, un museo y dormitorio de Miguel Hidalgo. Ese espacio fue rescatado por el pueblo, luego de que en la administración anterior se intentara convertirlo en oficinas administrativas. Hoy, sin reconocer su historia y la labor de los habitantes, simplemente lo quieren borrar del mapa.
¿Y las canchas? No hay contempladas ni de basquetbol ni de voleibol, cuando en todo el territorio del pueblo originario no existe una sola de esas instalaciones. Tampoco se incluye un estacionamiento, a pesar de que se trata de la zona con más conflictos viales de toda la alcaldía, justo frente al Ministerio Público, cuyas calles están permanentemente saturadas de vehículos chocados y en mal estado.
A solicitud del Concejo del Pueblo —porque de otro modo, ya estarían excavando— se realizará una consulta indígena el próximo 4 de mayo para saber si la comunidad quiere o no la Utopía. Por supuesto, todo el aparato del Gobierno de la Ciudad y de Morena se ha movilizado para proteger a Clara, quien sigue convencida de que, así como en Iztapalapa, su idea será bien recibida en todos lados. Aunque las realidades sean completamente distintas.
He leído muchos argumentos a favor del proyecto. El más clasista: “evolucionen, ya no queremos ser un pueblo. Hablar de la importancia de ser pueblo originario no es nostalgia: es defender el tejido comunitario. No se trata de rechazar instalaciones deportivas, sino de exigir que el gobierno se preocupe realmente por lo que necesita la población, y no por imponer edificios levantados al ego, que como tantas veces, terminarán en el olvido.
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