Por Nurit Martínez Carballo
Si una persona ejerce violencia contra otra y es denunciada no pasa nada. Solo es un registro más para las autoridades que suelen no hacer nada en contra de los y las agresoras. Así le ocurrió a Fátima, una niña de secundaria afectada por meses por sus propios compañeros y compañeras de clase, aparentemente, por un gusto personal a la cultura del K-pop y que aún falta por confirmar que fue arrojada al vacío mientras estaba en la secundaria en Iztapalapa.
Al mismo tiempo los medios de comunicación dieron cuenta, con diez días de diferencia, que Marianne “apuñaló” hasta en 15 ocasiones a su rival de amores Valentina.
Lo más lamentable es que mientras cientos, miles de mujeres estamos empeñadas en generar un nuevo piso sobre los derechos humanos, en donde las violencias hacia las mujeres sean erradicadas, haya mujeres a las que esta visión les parece retrógrada y se convierten en tapaderas, replicadoras o perpetuadoras de la violencia hacia otras como ellas.
Nada tiene justificación para ejercer ambos tipos de violencia directa hacia una persona, pero lo que más llama la atención es la visión de estas mujeres. ¡En dónde están paradas para hacer eso!
¿Qué es lo que piensan sobre las violencias y el acoso a otras mujeres? Sin lugar a duda también han sido víctimas de las violencias de igualdad laboral, en el acceso a la salud, a la educación o en la vida cotidiana seguramente se han topado con la violencia que se vive en el transporte público o ¿acaso viven en otro mundo?
¿Qué hace que no reaccionen? ¿Qué hace que vean normal agredir a otras mujeres?
Por meses me he preguntado: ¿Qué debe pensar una mujer que a diario ve a su pareja acosar a otra mujer? ¿Qué le hace callar y no decirle nada? ¿Está amenazada? ¿Si su pareja violenta a su vecina lo vuelve atractivo a sus ojos? ¿Un hombre violento es parte del “atractivo varonil”?
¿Cómo les llamamos a esas mujeres? Seguro que hemos avanzado en crear redes de sororidad para protegernos, asegurarnos, informarnos, orientarnos, auxiliarnos, pero ¿y con ellas qué hacemos?
Si los compañeros de Fátima siguen siendo educados en sus casas por mujeres y hombres replicadores de la violencia, no estamos cambiando nada como sociedad. Se trata de adolescentes que siguen ejerciendo el bullying como un divertido juego social.
Pero lo más lamentable es lo que ocurre con sus propias compañeras, las que se asociaron como lo hace el crimen organizado para hacer daño, casi hasta la muerte, hacia otra mujer.
Marianne podrá ser una “figura pública”, presumir o ir por la vida agrediendo a sus más cercanos. Hay quienes con una decena de seguidores consideran que tienen poderes especiales para expresarse de manera violenta contra otras personas.