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Por Nurit Martínez

La niña empuña un cartel en el que se lee que una mujer callada no es el futuro. Lo escribió ella o su mamá o su papá que la abraza y la impulsa a expresarse en un cartón. Lo que sea significa la esperanza de que un día México podrá tener un nuevo rostro.

De la marcha del 8M se dijo que hay un récord en la Ciudad de México, por la cantidad de mujeres caminando por Reforma directo hacia el corazón político de México a demandar atención, servicios, derechos, poner fin al machismo, a la misoginia, al acoso, a las violencias, a la desigualdad que tanto nos separa y nos hace daño.

El incremento de mujeres en la marcha es un avance en la conciencia nacional. Si hoy estoy ahí no es por mí, es para que mañana ellas no tengan que pasar lo que vivo día a día: la violencia comunitaria, que se presenta cuando se transgrede los derechos fundamentales de las mujeres cuando se agrupan en características comunes como los condominios.

Ahí hay una realidad de prácticas de acoso y abuso convertidas en monstruos de abuso, violencia y toxicidad.

Cada una de las mujeres que se atrevió a marchar con una demanda lo hace de manera reveladora, con una fuerza interna de descubrirse, entre pena y culpa, lo que le ocurre en su espacio más íntimo.

Es cierto, otras que dicen ser solidarias la acompañan, pero en realidad son pocas las que en efecto se sumarán a su causa, la mayoría grita; “yo sí te creo”, sin embargo, serán pocas personas en el círculo cercano, de quienes realmente serán el sostén y la fuerza para enfrentar lo que le ocurre.

Pero en general anima, es esperanzador que más mujeres se atrevan a denunciar en ese espacio público con todo lo que implica.

Hay quienes “por convivir” y generar likes, una selfie o un buen momento se dirán respaldar cualquier denuncia, pero el atrevimiento de quienes usan el espacio para denunciar a sus agresores en los tendederos de Reforma no hay manera de responder de inmediato en el barullo.

La autoridad sigue limitada, en lugar de barricadas, vallas o policías debiera establecer módulos de denuncia ágil, que la fuerza que toman las mujeres para denunciar a sus agresores sea aprovechada en ese escenario para encontrar espacios de protección para ellas.

La burocracia tiene a las mujeres sometidas a la violencia.

Si alguien se atreve a denunciar acoso comunitario la respuesta institucional en concreto no tiene nada específico. Es llenar formatos, presentar escritos, ser escuchadas por ene cantidad de funcionarios, pero nada en concreto. Nada para la violencia, al contrario envalentona a los agresores, incluidas muchas mujeres reproductoras de violencia, verdaderas profesionales de la provocación.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.