La llegada de un bebé es un parteaguas para una mujer. Todo en nuestra vida cambia y nos impone un desafío en múltiples dimensiones. Con mi primer hijo el efecto fue tal que tuve que redefinirme para cuidar a un nuevo ser, que dependía de mí, sin perderme en el camino. Manteniendo al menos lo que más me gustaba de mi yo anterior. No es cierto que serás la de siempre y solo le harás un lugarcito a ese nuevo bebé. Yo no lo sentí así.
Desconozco qué se siente la paternidad, pero, por lo que he observado, no se acerca a lo que sentimos las mujeres. En la mayoría de los casos los hombres no dudan sobre la continuidad de sus carreras profesionales ni pasan por cambios físicos y emocionales tan drásticos. Aun así, son clave para el desarrollo de sus hijas e hijos.
Más allá de lo biológico, la diferencia radica en los roles de género, esos que de forma implícita nos dictan qué deberíamos hacer mujeres y hombres dado nuestro sexo. Los que determinan que ellas deben ser las cuidadoras y ellos los proveedores. Construcciones sociales tan arraigadas que se reflejan en una distribución desigual de tareas de cuidados y del hogar no remuneradas: 7.2 horas diarias para las mujeres contra 2.8 horas al día para los hombres.
Estos roles se aprenden en casa, pero se refuerzan en la escuela, en las oficinas y casi en todo lo que nos rodea. Sus consecuencias son trascendentales y generan, entre otras cosas, barreras que limitan el potencial económico de las mujeres.
Ante la Ley Federal del Trabajo, la maternidad y la paternidad no tienen la misma importancia. Las trabajadoras en la formalidad, con acceso a seguridad social y prestaciones, tienen derecho a una licencia de maternidad de 84 días, mientras que los trabajadores pueden aprovechar un permiso de paternidad de cinco días con goce de sueldo. Ambas prestaciones difieren en duración, pero también en los incentivos que generan. Las licencias son obligatorias y las cubre la institución de seguridad social a la que ella esté afiliada. Por el contrario, los permisos son más endebles, dependen de que los beneficiados los soliciten y son cubiertos por los empleadores.
Esta es una manera en la que la ley discrimina y abre brechas de desigualdad entre sexos. Es una forma de gritar desde lo legal que mamá es la responsable del cuidado y la crianza de sus hijas e hijos, mientras que papá no tiene que involucrarse tanto.
Si en México existiera una licencia de paternidad con las mismas condiciones que la de maternidad los empleadores tendrían menos incentivos para contratar o subir de puesto a hombres. Ambos sexos tendrían la misma probabilidad de ausentarse por un periodo largo si deciden maternar o paternar, lo que permitiría emparejar la cancha laboral.
Además, puede impulsar la corresponsabilidad de los cuidados en el interior de los hogares. Con ello, las mujeres tendrían más tiempo para emplearse y respaldo para sortear las eventualidades diarias, lo que podría cambiar su decisión respecto a su futuro profesional. Que la elección predeterminada no sea abandonar un trabajo remunerado si no lo desean.
Aunque suene como algo lejano, en México hay casos donde los empleadores han ampliado el permiso de paternidad para equipararlo con la licencia de maternidad. Uno de ellos es el Consejo de la Judicatura Federal. Sus efectos aún no se han documentado, pero sientan un precedente que podría cambiar la forma en la que se vive la paternidad en nuestro país.
Las licencias de paternidad son un catalizador para la igualdad. Si la ley no cambia pronto, ¿cuántas empresas e instituciones ampliarán sus permisos de paternidad para romper barreras y construir un país más incluyente?
@fatima_masse
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