Por Pamela Cerdeira
Juan es senador por Morena. Sufrió las elecciones del 2006 con López Obrador, lo siguió en su recorrido por el país y fue testigo de primera mano del nacimiento de un nuevo partido, al que no dudó en afiliarse. Está convencido de que la desigualdad es el principal de nuestros males, y no se equivoca. Odia la corrupción, ha sido víctima de ella en diversas ocasiones, y creyó profundamente cuando AMLO aseguró que acabaría con ella. “No se puede todo, es un problema demasiado grande”, se dice a sí mismo, “enquistado en lo más profundo del poder”, se repite tras conocer el caso de Segalmex.
A diferencia de sus compañeros, leyó la reforma al **Poder Judicial**. La mayoría de sus correligionarios le recordaron que no era necesario, que el voto ya estaba decidido. Es votar por la transformación, es hacerle caso al líder, es lo que la ciudadanía nos mandó con su voto mayoritario. Pero Juan quiere hacer las cosas bien. Él llegó al poder porque estaba cansado de los malos políticos, de sus sueldos cobrados por no trabajar, de los diputados y senadores dormidos en las sesiones, de sus riquezas inexplicables.
Escuchó con atención a Citlali Hernández, secretaria general de Morena, en el foro “Judicialización de la política contra los proyectos del pueblo”, decir cómo el **Poder Judicial** era un resquicio de los conservadores, cómo era utilizado para detener los proyectos de la gran transformación. También, cómo el **Poder Judicial** se usaba para perseguir a políticos. Intuyó que la reforma era una forma de protegerse entre ellos, pero siguió leyendo los mensajes en los chats, los discursos de sus compañeros, los mensajes en las redes sociales: la reforma al **Poder Judicial** era darle el poder al pueblo, así que lo ignoró.
Escuchó al exministro presidente de la SCJN, Arturo Zaldívar, reconocer que esta reforma por sí sola no iba a generar ningún cambio en el acceso a la justicia de las personas. Entonces la vio con más atención. Encontró que esa reforma al **Poder Judicial**, que buscaba separar al poder político de la impartición de justicia, en realidad dotaba a su grupo de un inmenso poder para elegir a los candidatos que iban a ser votados, que más que alejar la justicia del poder político, la acercaba más, pero ahora a ellos, el nuevo grupo en el poder.
Juan ha querido hablar del tema con algunos de sus compañeros, pero unos se ríen, otros aceptan que podría ser mejor, pero “ya nos toca” y terminan la conversación. Algunos, los menos, lo aceptan: podría ser mejor, la reforma es necesaria, pero no así. Sin embargo, no hay nada que hacer.
Cuando empezó a dudar, lo buscaron. Le hablaron sobre su futuro prometedor en el partido. Después podría ser el próximo gobernador de su estado. ¿No se ve ahí? Ellos ya lo pensaron. Le agradecen la lealtad que siempre ha tenido con el partido, su lugar en la historia.
¿Y si las cosas salen mal? "Falta mucho tiempo", se dice. El fuero, una campaña como gobernador con un partido mayoritario, el amor pagado con amor. Nadie iría tras él por uno o dos malos manejos, nadie va a auditar los cañonazos en efectivo, ningún juez propuesto por su grupo va a tener malos ojos para su propio grupo. Si todo sale mal, tardará mucho en suceder. Para entonces podrá iniciar una nueva vida en cualquier otro país. Siempre le gustó España, y desde allá podrá reconocer los triunfos de la transformación, que cambiaron su vida para siempre.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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