Por Pamela Cerdeira
Es fin de semana, pero me desperté un poco más temprano: desempolvar ese vestido que uso, cuando mucho, dos veces al año; echar una mirada de amor/odio a los tacones que me van a torturar las próximas dos horas; el maquillaje; la hora completa al peinado (a diferencia de lo que normalmente sucede entre semana, aquí sí tengo que cuidar que también se vea peinado de atrás). Logramos salir de casa a tiempo, todos arreglados, como si los pantalones de vestir y los sweaters que pican no hubieran sido parte de una batalla campal que terminó en: “ya ponte lo que quieras”.
Quien organizó el evento seguramente invirtió mucho dinero en él, hizo una lista de invitados en la que hubo algunas bajas (mártires del presupuesto), y finalmente, nosotros pasamos el corte: porque nos quiere, porque le importamos o porque somos un compromiso, da igual. Lo que nunca hubiera pensado es que quien me invitó a ese desayuno tenía intenciones de matarme, a mí y a todos los que fuimos.
“Bienvenida, qué gusto”, me reciben. Yo en ayunas. “¿No quiere mimosa? Tenemos un saludable jugo de naranja o jugo verde (con naranja) para los más fit”. No sé si romper el ayuno con alcohol sea lo adecuado, pero va, es fin de semana. ¿Pan dulce? Para ese momento mi estómago ya está gritando “comida”. ¿Comida? “Pan dulce, chocolatín… ¿Qué tal una concha?” Ya viene la comida de verdad. ¿Fruta? “Tenemos un delicioso cocktail, tan saludable que incluimos una fruta de cada color.” Un poco de yogurt, seguramente con azúcar, y, para cerrar, lo que habías estado esperando desde el principio: huevos.
A las dos horas, justo cuando es hora de irme, empiezo a sentir un ligero temblor, palpitaciones. Fue el café, seguro es el café; estaba muy cargado. Me cuesta trabajo concentrarme, estoy como aturdida, como si no me pudiera enfocar. No más café para mí, se ha dicho.
Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que no era el café, que esa sensación se repetía a veces dos horas después de una paleta helada, un chocolate con piñas enchiladas (son deliciosos) o un desayuno de pan francés con plátano. No era el café; es el azúcar que se me baja, más y más rápido que el peso mexicano en el 82.
No he encontrado mucha literatura al respecto, pero cuento con la paciencia de Elizabeth Reyes, con quien intento descifrar el dilema con base en comidas y un medidor de glucosa (no es un Airtag, pero se parece). También tengo a la mejor de las maestras, ella no es doctora; es mi mamá, y le pasa lo mismo desde hace muchos años, así que se la sabe bien: no plátano, no piña, no mezclar frutas, NUNCA un jugo de naranja, trae siempre algo de comida contigo y, cuando te empieces a sentir mal, come, idealmente proteína.
Pensarán que este es un caso particular, el mío; que el resto de las personas bien pueden desayunar la bomba que sea, que no les pasa nada. Falso. Nuestra forma de desayunar (socialmente) está mal y urge que hablemos de ello.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el 2021 la diabetes fue la segunda causa de muerte en México. Ey, pero esperen, todavía estábamos en medio de una pandemia. ¿Qué nos dicen las cifras del 2018? Lo mismo.
Me explica Adriana Sandoval, nutrióloga: “El problema de ese desayuno es que no puedes empezar con azúcar tan disponible en cantidades tan altas, porque el cuerpo lo que hace es que produce insulina y lo absorbe en tres segundos. Necesitas alimentos de absorción lenta. Por eso es que el jugo de naranja, que es pura azúcar y agua, no sirve. El cóctel de frutas, que es azúcar, tampoco sirve”. Si pareciera que lo del jugo ya nos lo han dicho hasta el cansancio, ¿por qué seguimos ofreciéndolo? “Niños, les traje juguito”.
Adriana nos regala la mejor analogía al respecto: “Imagínate que nuestros niveles de glucosa son como si fueran el mar. No queremos un mar picado, que esté todo el tiempo con las olas subiendo y bajando, porque eso nos quita energía, nos agota. Lo que necesitamos es un mar calmadito, con olas chiquitas, que nos permitan estar prácticamente al mismo nivel de glucosa todo el día, y eso nos va a mantener en equilibrio. No es que los picos sean malos; de vez en cuando son buenos. La cosa es mantenerse lo más que se pueda con esa marea baja”.
Pero si tú no tienes problema (o quizá sí, pero no lo sabes y decidirás seguir ignorándolo) y quieres la fruta o el pan… “Déjalo al final. No solo te lo terminarás comiendo (si es que al final sí te lo comes) por gusto y no por hambre; y, si empiezas por lo que hoy comemos hasta el final, lo que comes se absorberá más lento y tendrás menos desbalances de energía”, dice Adriana. En mi caso hay síntomas y, por eso, me entero, pero esa resbaladilla impulsada por azúcar nos pasa a todas las personas. Así que vamos cambiando lo que siempre se hace. Quizá, si empezamos a decirle a nuestros amigos que sus invitaciones a desayunar esconden la intención de matarnos, todas y todos empecemos a cambiar la forma en la que estamos comiendo.
Elizabeth Reyes es nutrióloga especializada en deporte y diabetes. La encuentran en https://www.instagram.com/nutrierc/
Adriana Sandoval es también nutrióloga, especializada en nutrición clínica. La encuentran en https://www.instagram.com/adria_san3/ y también pueden encontrar sus textos en Opinión 51.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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