Por Pamela Cerdeira
Si, ya sé, es el dinero. Las personas votamos con la cartera, tanto el constructor que está esperando cerrar un negocio con el próximo presidente municipal, como la familia a quien los programas sociales representan un ingreso considerable en su hogar. De hecho, votar con la cartera es mucho más inteligente que hacerlo con los valores, porque la clase política muestra unos, y tiene otros, y después cambiará los mostrados si así le conviene. Y nosotros también nos vemos obligados a ajustar nuestros valores cuando tenemos que elegir entre males.
Para mí sigue siendo incomprensible el hecho de que haya habido mujeres que votaron por Trump, pero los valores que para ellas resultan primordiales no son los mismos que los míos. A mí me aterra la posibilidad de que los derechos de las mujeres sigan retrocediendo con otro periodo de Trump, y habrá personas a quienes genuinamente les preocupe que la migración termine por desplazar a los estadounidenses.
Pero, ¿qué pasa con las empresas? En los últimos años he observado cómo las empresas, especialmente las transnacionales, han invertido grandes cantidades de dinero y esfuerzos humanos para impulsar políticas de diversidad: aumentar el número de mujeres en posiciones directivas, ajustar los salarios para acabar con la brecha, acciones afirmativas para asegurar que haya representación de grupos minoritarios, etc. La diversidad no es una graciosa concesión, es una decisión de negocios. A las empresas con mayor diversidad y paridad de género les va mejor, facturan más, sus clientes las quieren más y además están haciendo lo éticamente correcto, pero eso último es una apreciación personal, subjetiva y ajustada a mis valores, nada más. Temo que esto vaya a acabar, en el mejor de los casos (o el menos peor), frenar y pudiera hasta retroceder. Para muestra: Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp).
Para Mark Zuckerberg, el estado está culturalmente castrado, el entorno empresarial podría beneficiarse de la energía masculina y celebrar un poco más la agresión. Sus declaraciones en el podcast de Joe Rogan vienen después de haber tenido una reunión con Donald Trump, que derivó en la cancelación de los verificadores en Facebook (expertos que calificaban la información para evitar que se difundiera información falsa a lo que Trump había acusado de censura), y después, la cancelación de los programas de diversidad e inclusión (DEI) de Meta. Las decisiones del fundador de Meta son un guiño (por no decir otra cosa) a Donald Trump, lo que obviamente es una decisión estratégica. Nos muestra la prioridad en sus propios valores, pero representa también la forma de pensar y sentir de muchísimas personas, para quienes la inclusión y las demandas del feminismo les parecen una amenaza. Sí, Mark es un agachón, pero ¿cuántas empresas más lo serán?
Empecé hablando del contratista o del beneficiario de programas sociales que vota con la cartera en la mano. Este fin de semana fuimos testigos del evento latino para celebrar la llegada de Trump a la Casa Blanca. Supongo que a los asistentes no se les revuelve el estómago la descripción de los latinos como violadores, pues también asistieron, comieron y festejaron con la cartera en la mano. Hay un grupo poderoso que le teme a la equidad, y otro más poderoso dispuesto a mirar hacia otro lado. ¿Cuántas empresas seguirán los pasos de Meta? ¿Nos “ayuda” que en México tengamos una presidenta? ¿Qué error tendría que cometer para que la gente se olvidara de la cartera y pensara como posibilidad en un Verástegui o algo por el estilo? Lo único que me queda claro es que el reto que tenemos de frente será mucho mayor de lo que hace unos años habríamos imaginado.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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