Por Pamela Cerdeira
Susana no se llama Susana, pero así se presenta y responde, el nombre lo eligió de una lista que presentó su maestra de español; Jack no se llama Jack, antes se llamaba Charly pero no le gustaba, lo eligió un maestro de la escuela, él prefiere Jack porque le recuerda a la película Titanic, Jocelyn tampoco se llama Jocelyn, y así la mayoría de chinos que conocimos, quienes en realidad tienen nombres impronunciables (para nosotros) y fueron rebautizados casi siempre por algún profesor. No alcanzo a imaginar mayor forma de amabilidad que la de quien se cambia el nombre para que el otro, un extranjero, lo pueda pronunciar. Shie, shie, nadie se ríe de nuestro intento por pronunciar un “gracias”, asienten sonrientes, y también se acercan a leer la traducción que mi teléfono ha hecho, sacan el suyo y responden esperando que la tecnología esté al nivel de la conversación que intentamos sostener, sospecho que aun no lo está, pero de ambos lados buscamos palabras distintas que signifiquen lo mismo o señas que nos permitan acercarnos a lo que queremos decir, sonríen, siempre sonríen.