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Por Pamela Cerdeira

Somos minoría, una minoría muy ruidosa, quizá somos el 80% de quienes estamos frente a un micrófono, o escribimos en algún espacio, ocupamos el mainstream, damos nuestra opinión a través de vídeos, columnas, paneles, pero seguimos siendo minoría. Ser minoría no es malo, simplemente es. Sin embargo, para mí, y lo comparto a especie de reflexión y mea culpa de alguien que se dedica a informar y comunicar, el golpe de realidad del 2 de junio fue saber que no supe leer a casi el 60% de los electores. Conversé con y escuché a mi cuadra.  El resultado electoral nos dejó claro que X no es México (por fortuna, pues es un espacio demasiado violento) y que las redes sociales, nuestro “lazo con el mundo” no hacen más que encerrarnos en nuestras ya pequeñas burbujas y nos ponen a correr en círculos cual rueda de hamster.

He leído con atención los artículos de quienes entienden el resultado del voto: si es el efecto de los programas sociales, si es la mejora en el bolsillo, si es que antes tampoco estuvimos mejor, si se trata del terrible resultado de asociarse a la marca PRI, si la oferta de la oposición no era atractiva. Todas las ideas me parecen interesantes, y creo que la verdad tiene fragmentos de cada una, pues depende de quién las defina o quien haya votado, seguro coincidirá total o parcialmente con alguna o varias de ellas. Lo que me parece peligrosísimo es descalificar al otro porque no coincidimos con él. 

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.