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Por Pamela Cerdeira

“...tengo una ambición legítima: quiero pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México.”
López Obrador, 19 de febrero, 2021

Siempre me llamó la atención la “ambición legítima” de López Obrador, primero porque se enmarca en el imaginario de que si la ambición es material, entonces, es ilegítima. Esto no es fortuito, históricamente la ambición de los políticos ha sido económica y desmedida, sin embargo, la ambición de tener un lugar en la historia como uno de los mejores presidentes, también me parece desmedida, y sobre todo peligrosa.

Si Enrique Peña Nieto ambicionaba ser presidente para amasar una gran fortuna, como sucedió con la mayoría de sus antecesores, el mayor riesgo para la nación es la corrupción. No es un mal menor, la corrupción mata, está más que probado. Pero sabemos qué es lo que quiere, y qué lo mueve: el dinero.

En el caso del presidente López Obrador (que no es ajeno al dinero, que aunque no sea para comprar trajes caros y casas en Europa, sí lo es para construir un movimiento y ganar elecciones), la confesión no es menor. ¿Qué mueve a quien reconoce como ambición su papel en la historia? El ego. Y el ego es la gasolina del diablo.

Tenía esta conversación con Marilú Acosta, quien apuntaba, que para ser recordado como el mejor presidente de la historia, tenía que hacer cosas que fueran buenas para México, por lo que la “legítima ambición” no necesariamente era un foco rojo. La lectura que hará la historia llevará tiempo, pero si se contara con los elementos que desde el poder se construyen hoy, las cifras de popularidad le estarían dando la razón, y entonces para pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México hay que hacer sobre todo una inmensa campaña de comunicación: de dos a tres horas de transmisión diaria en televisión, aparecer en todos los periódicos, ser tema de conversación, tener un ejército de bots que defiendan y repitan la versión oficial. Y construir el discurso de que cualquier error es culpa del pasado, o exageración de los adversarios.

A mí no se me olvida aquella Mañanera en la que a inicios de la pandemia los reporteros le preguntaron si podía hacer la conferencia en línea, de esta forma, podrían seguir cubriendo desde casa sin arriesgarse al contagio: “No, no, porque a mi me gusta así”, fue la respuesta del humanista de Palacio.

Al día siguiente de que los medios de comunicación y periodistas señalamos que el presidente no sólo no contestó una pregunta sobre los jóvenes de Lagos de Moreno, sino que además se burló haciendo un chiste, él arrancó su show matutino así: 12 minutos para victimizarse, 4 minutos para hablar de su popularidad en la encuesta de Moring Consult, y después, solo porque fue cuestionado dos veces, 1 minuto con 40 segundos habló de los jóvenes de Lagos de Moreno. Ese es un hombre que está más preocupado por el rumbo que llevará su nombre, que el del país que tiene entre sus manos.

Su ego explica la obsesión por destruir todo lo que no llevara su nombre: el Seguro Popular, el aeropuerto de Texcoco y el mecanismo de compra de medicamentos, también explica las compras absurdas como Mexicana, para operar un vacío aeropuerto de Santa Lucía, y la ceguera ante los asuntos más dolorosos del país.

Alguien movido por su ego, se pondrá en el lugar de la víctima y el héroe, no reconocerá un solo error, por lo que tampoco cambiará el rumbo y como lo vimos la semana pasada, jamás se va a disculpar.

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@PamCerdeira

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