Por Pamela Cerdeira
Pienso que ya tendríamos que habernos acostumbrado al horror, la maquinaria propagandística de este gobierno es como un rodillo triturador con púas cargadas de veneno. Son sus formas. El rodillo se enciende en oleadas, ciertos temas prenden las alertas de los normalizadores y cual perros de ataque se echan a andar. Da lo mismo si hay razón o no, da lo mismo si el blanco de sus ataques es un periodista, una mujer, un defensor de derechos humanos o un activista climático, incluso un amigo que se atrevió a tener una opinión distinta. Hay ataques generalizados que se usan siempre, las más usadas: “es PRIANISTA”, “chayotero”, “perdió sus privilegios”; y las que tienen un par de años en el arsenal: calificar al “adversario” de clasista y racista. El daño que estos dos últimos argumentos hacen en la discusión pública es que cuando todas las personas son calificadas de “clasistas y racistas” entonces ya nadie lo es, se están gastando el insulto. Aun así, entendiendo que la ruta de comunicación es algo que el régimen tiene perfectamente bien establecido (si así hubieran calculado el abasto de medicamentos ya seríamos Dinamarca), me sorprendió brutalmente que lo usaran contra Xóchitl Galvez. Se dieron un balazo en el pie.