Por Pamela Cerdeira
Estábamos en el último piso del edificio de MVS de Mariano Escobedo, ese que te avisa cada vez que pasa un camión pesado porque se balancea de un lado a otro. ¿Está temblando? es la pregunta de siempre, cada 15 minutos, hasta que te acostumbras. Había terminado el programa con una entrevista a alguna autoridad, en la que nos congratulamos de lo mucho que esta ciudad había aprendido en materia de prevención, ya no éramos los mismos del 85, sabíamos desalojar, nuestras construcciones eran más fuertes, todo lo hacíamos mejor, hasta que volvió a temblar.
No recuerdo cuando empecé a bajar, pero sí ese momento cuando todavía me faltaba un piso y pensaba que los de enfrente iban demasiado lento, me asomé por la ventana y el polvo que salía de los edificios del otro lado de la calle hacía parecer que se habían caído, los cables de luz se movían como nunca antes los había visto, ya llevaba demasiado tiempo temblando y la tierra parecía seguir ensañada con los mexicanos. Pensé por unos segundos “hasta aquí llegué”, este es el final, y me sorprendió que no sentí terror, ni miedo, solo la sensación de quien se rinde ante lo inevitable; no, tampoco pensé en mis hijos, ni en mi esposo, ni en mi mamá, ni en nadie más. Seguí el paso lento de mis compañeros y logré salir del edificio.