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Por Pamela Cerdeira

No me hacía sentido, desde la semana pasada, cómo el presidente López Obrador, que es exquisito con el uso de los símbolos, estaba prácticamente regalándole a la Marea Rosa, uno de los más poderosos: la bandera. Cuando Xóchitl fue a tocar la puerta de Palacio Nacional y no la dejaron pasar, eso se convirtió en un símbolo, de hecho uno tan importante que la llevó a tener la candidatura a la presidencia. Cuando existía la posibilidad de que la bandera no fuera izada (como ha sucedido muchas veces en concentraciones que no son para él), dejaba el camino para que fueran los ciudadanos con sus propios medios quienes lograran izar una bandera, su bandera, la bandera de todos, y entonces, la nueva bandera en el Zócalo habría conseguido un doble significado con una carga mucho más poderosa. Finalmente el Zócalo tuvo bandera, el hecho no requiere que se le aplauda y reconozca como un demócrata, no haberlo permitido habría jugado en su contra. El presidente no es un demócrata, es un estratega. 

Ayer, en el último debate presidencial me llamaron la atención las siguientes cuestiones: los constantes ataques de Jorge Álvarez Máynez a Xóchitl Gálvez, la defensa de Claudia Sheinbaum a la prisión preventiva oficiosa (la prisión preventiva oficiosa afecta con más fuerza a las mujeres, a quienes menos recursos tienen y llena las cárceles de personas sin sentencias, es un Primero los Pobres, pero a prisión), y la presencia de los símbolos religiosos por parte de Xóchitl Gálvez.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.