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Por Raquel López-Portillo Maltos

Los 300 kilómetros de alcance que ahora abarcan los misiles estadounidenses empleados por Ucrania en territorio ruso no son sólo una distancia, son una declaración que trasciende lo militar. Permitir que Kiev extienda sus ataques más allá de las zonas fronterizas es un ajuste calculado de Estados Unidos para influir, más que en el campo de batalla, en las inevitables negociaciones que buscarán marcar el desenlace de esta guerra. Pero, ¿qué implica esta decisión en un momento en que las líneas rojas parecen más borrosas que nunca?

En el frente militar, esta medida llega tarde para cambiar drásticamente el curso de la guerra en un contexto de importantes avances rusos en el este de Ucrania, una próxima ofensiva respaldada por tropas norcoreanas y ataques a infraestructura eléctrica frente a un crudo invierno en puerta. Si bien el uso de misiles estadounidenses permite a Ucrania intentar golpear la capacidad operativa rusa abriendo la posibilidad de atacar centros logísticos, almacenes de municiones y puestos de mando, el impacto es limitado. 

Pero la verdadera apuesta es política y apunta a ganar tiempo, no para ganar la guerra. Por un lado, Washington busca blindar a Ucrania ante el impacto que representa el regreso de Donald Trump al poder y el retiro del apoyo estadounidense a Ucrania. Si bien la estrategia de Trump de “terminar con la guerra en 24 horas” no ha sido abiertamente delineada, hay líneas que apuntan a una dinámica que favorecería a Moscú. Algunos de los términos implicarían la cesión de territorio ucraniano hoy controlado por Rusia, un compromiso de no adhesión a la OTAN por parte de Ucrania, así como la creación de una zona desmilitarizada. 

En este sentido, lo que sí podría lograr el uso de estos misiles es potencialmente retrasar la ofensiva rusa-norcoreana y blindar la región rusa de Kursk, ahora ocupada por tropas ucranianas, lo cual les daría una cierta ventaja al momento de la negociación. Dependerá de cuántos misiles se envíen y cómo se utilicen para determinar si estos ataques logran frenar la ofensiva y asegurar territorios clave para que Ucrania llegue a la mesa de negociación con una posición más fuerte. Aunado a ello, la decisión de Biden detonó también en que otros aliados como Francia y Reino Unido igualaran sus esfuerzos, los cuales pueden perdurar aún después del inicio de la administración Trump en enero del 2025.

La respuesta de Rusia, aunque predecible en su retórica, sigue cargada de riesgos. Putin ha ampliado los parámetros de su doctrina nuclear, dejando abierta la posibilidad de emplear armas nucleares no solo en caso de agresión directa, sino contra ataques convencionales respaldados por potencias nucleares. Las amenazas cumplen un propósito claro: disuadir a Occidente y mantener a sus aliados cautelosos. 

Sin embargo, el cálculo estratégico de Putin también pasa por la política estadounidense. Aunque el riesgo es latente, para Putin, un futuro con un aliado potencial en la Casa Blanca es más prometedor que iniciar una escalada nuclear de manera inmediata. Si la negociación encabezada por la administración Trump se materializa bajo los términos planteados, esto cumpliría prácticamente todos los objetivos que tenía Rusia al momento de la invasión hace más de 1,000 días.

Ante este panorama, ¿estamos cerca de una tercera guerra mundial? La posibilidad de una escalada global existe, pero aún parece lejana. El equilibrio se mantiene gracias a medidas de contención, pero no deja de ser frágil. La ampliación del conflicto más allá de Ucrania, ya sea a través de ataques cibernéticos, agresiones a países que respalden a Kiev o incidentes en corredores de suministro, podría encender una chispa difícil de controlar. Por ahora, las grandes potencias parecen medir cuidadosamente cada paso, conscientes de que una confrontación directa entre la OTAN y Rusia sería catastrófica.

El uso de misiles de mayor alcance por parte de Ucrania es un movimiento arriesgado, pero calculado. Representa una maniobra estratégica para cambiar las reglas de un juego en el que ninguno de los actores parece dispuesto a ceder. Lo que está en riesgo no es sólo la integridad territorial de Ucrania, sino también la de otros países de Europa del este, así como la capacidad de Occidente para articular una respuesta coherente frente a un orden internacional que se tambalea. Cada kilómetro adicional que abarcan estos misiles es también una extensión de las tensiones y los riesgos de un conflicto que aún no muestra señales de resolverse libre de consecuencias trascendentales.

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